sábado, junio 10, 2023
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CAP en tres tiempos: su influencia en el cine venezolano

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El 27 de octubre se cumplen 100 años del nacimiento del caudillo de rubio, Carlos Andrés Pérez, un político amado por unos y odiado por otros, pero cuya influencia cinematográfica resulta incontestable y digna de análisis, independientemente de si compartimos sus ideas populistas de su primer mandato versus el reformismo neoliberal del segundo.
En ambos casos, bajo sus gobiernos, el país desarrolló políticas de estado referentes al cine, todavía trascendentales.
Por ello las revisaremos a continuación, agregando un tercer corte donde su huella se conserva por otros medios audiovisuales.

Primer tiempo: Venezuela saudita y el boom del cine nacional.

Carlos Andrés Pérez hereda un país enrumbado cinematográficamente en la época final de Caldera. En efecto, el llamado primer boom del cine nacional explota en el año 1973 con el éxito de “Cuando Quiero Llorar no Lloró”, adaptación de la novela de Miguel Otero Silva a cargo de Mauricio Wallerstein.
Aquella película establece un cisma narrativo y conceptual, cuando el documental de denuncia era el fenómeno dominante. La llegada de nuevos creadores de ficción, como Wallerstein, dotan al cine nacional de una complejidad visual y narrativa que supone un parteaguas.
Existía un embargo árabe de petróleo que favorece los ingresos domésticos, generando una bonanza financiera que repercute en la producción y el impacto de taquilla de las cintas del fin de Caldera y del gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien termina de beneficiarse del boom cinematográfico, de rebote, como una vitrina de su gestión que apoya a intelectuales disidentes y “hasta comunistas” para que hagan sus películas, rompiendo los índices de recaudación y compitiendo con Hollywood.
Irónicamente, no será un gobierno de izquierda el que sentará las bases del negocio y la industria venezolana, para desafiar en el mercado a la temida meca de Los Ángeles.
Será el proyecto democrático del primer perecismo, que aunque imperfecto por sus condiciones populistas y rentistas, permite que las generaciones de relevo filmen lo que quieran con desparpajo y pongan a sudar a los representantes de las distribuidoras extranjeras, que veían aterrorizados como se daba un proceso orgánico de sustitución de importaciones en el cine, respaldado por un público que se identificaba con actores como Miguel Ángel Landa, Orlando Urdaneta, Guillermo Dávila, Simón Díaz y Toco Gómez.
Desde entonces, surge una camada de nuevos autores que retan al espectador con sus obras entre el mainstream y la vanguardia, la asimilación tardía de conceptos foráneos y los problemas técnicos del amateurismo, lo alto y lo bajo, los géneros clásicos y los alternativos, destacando los nombres propios de Román Chalbaud, Diego Rísquez, Clemente de La Cerda, Carlos Azpurúa, Carlos Oteyza, Thaelman Urgelles, Luis Armando Roche, Solveigh Hoogesteijn, Pablo de la Barra, Enver Cordido, Alfredo Lugo, César Bolívar, Iván Feo, Antonio Llerandi, Julio Neri, Franco Rubartelli, El Príncipe Negro y tantos otros.
Muchos de ellos filman sus obras maestras en la época de CAP, recibiendo subsidios y créditos blandos de los ministerios afines a la secretaría general. Acotar que es el tiempo de “El Pez que Fuma”, “Soy un Delincuente”, “El cine soy Yo”, “Bolívar Sinfonía Tropical”, “Se solicita muchacha”, “Los Tracaleros”, “País Portátil”, “Miami Nuestro” y “Canción Mansa”.
Los años de Pérez provocan que la producción interna pase de un promedio de 9 títulos nacionales por año, a un número de 20 producciones locales por año con impacto en el box office.
De igual modo, irrumpe la vanguardia del Súper Ocho, como crítica al sistema y movimiento que cambia la historia del séptimo arte en Venezuela.
Por ende, el saldo del primer período de CAP es positivo en términos generales, pero sienta las bases de las futuras crisis que atravesará el sector, debido al hecho de acostumbrarnos a una mentalidad de dádivas y estatismos exacerbados que incubarán vicios profundos en el reparto de las rentas públicas para el fomento del cine.

Segundo tiempo: CAP recibe un país hipotecado y endeudado.

En un estudio multifactorial, el argumento de poner a CAP como chivo expiatorio del fiasco del Caracazo no resiste un análisis serio. Carlos Andrés Pérez regresa al poder, porque el lusinchismo fue un fiasco terrible de corrupción, influencia de la primera dama y casos de escándalo, aparte de un mal manejo de la economía.
Por tanto, CAP cambió el rumbo de su primer mandato de bonanza, con el fin de emprender reformas importantes a través del llamado “Paquete” de Miguel Rodríguez.
Aquí se abre una larga discusión que desborda nuestro análisis cinematográfico. Apenas agregar que existe una amplia bibliografía que lo explica con libros como “La Rebelión de los Náufragos” y el reciente “La nación incivil” que desmontan mitos a diestra y siniestra, falsas teorías de conspiración en ambos lados del espectro político.
Por consiguiente, los sucesos del 27 de febrero(al margen de cómo sucedieron), le siembran plomo en el ala a la segunda era de CAP en lo cinematográfico, inaugurándose con un documental de denuncia en contra dirigido por Liliane Blazer, realizadora que luego se incorporará a las filas del chavismo, curiosamente, para más nunca volver a ser crítica de la gestión de estado. Hará propaganda socialista al servicio del régimen.
De 1989 a 1993, la producción conoce una caída evidente y pronunciada, de los 20 títulos sólidos del primer CAP, a los entre 9 y 12 títulos de su segundo y accidentado mandato.
Revisando la lista, son pocos los que se salvaron de las llamas de la crítica, en aquellos años donde se marca un cisma profundo entre los creadores nacionales y los críticos, desde las páginas de Encuadre y el grupo de Cine Oja.
Películas como “Cuchillos de Fuego”, de maestros como Chalbaud, son masacradas por la crítica, mientras otras se difunden sin pena ni gloria, encajando el duro golpe del divorcio de los espectadores ante su cine, por la reiteración temática y el empobrecimiento narrativo, copiando lo peor de la demagogia televisiva.
Pocas piezas destacan de la ruina y la quiebra de aquellos tiempos, salvo las honrosas excepciones de “Jericó”, “Disparen a Matar”, “El Camino de las Hormigas”, “Río Negro”, “Golpes a Mi Puerta”, “Zoológico” y “Aventurera”.
A pesar de las adversidades del entorno, para el año 1993 se aprueba la ley de cine, con sus virtudes y defectos, después de años de lucha. No obstante se firma e impone como reglamento en el inicio del gobierno de Ramón J. Velázquez.
Obviamente, la ley de cine es un logro de los cineastas, y no de gobierno alguno.
Pero es interesante mencionar que se sanciona al finalizar el segundo mandato de CAP, que cinematográficamente ofrece un saldo tan desigual como su presidencia que sufre de sacudones hasta de complots militares.
Años de inestabilidad inducida que se traducen en incertidumbre y que a la postre desencadenarán la peor crisis de la historia del cine nacional, cuando en 1999 se estrenan apenas 3 películas nacionales.
El modelo populista se había derrumbado por los efectos de la depresión y la caída de los precios petroleros.

Por cierto, como dato, “Amaneció de Golpe” se estrena en 1998, contando la historia de la intentona de Chávez contra Cap, según un punto de vista de glorificación de Hugo en desmedro de Carlos Andrés. Película sintomática y que anuncia la llegada de los golpistas al poder en Miraflores, con todos sus tormentos y bemoles.

Tercer tiempo: el legado de CAP.

El milenio repetirá el ciclo de CAP en su primera mandato, desde un reciclaje del boom de los setenta que se dio a consecuencia del reventón petrolero que despilfarró el socialismo del siglo XXI.
Así y todo, ello permitirá el nacimiento de nuevos cineastas que batirán los récords de sus antecesores de los setenta y ochenta con películas como “Papita”, “Secuestro Express”, “La hora Cero”, “Hermano” y “Azul y no Tan Rosa”.
A diferencia de CAP, el chavismo emprenderá cacerías de brujas de cineastas, les prohibirá el trabajo con listas negras en la Villa del Cine(el infame macartismo de Farruco Sesto), perseguirá a creadores y prohibirá películas como “El Inca” e “Infección”, impidiendo que otros documentales se miren en Universidades Públicas, como “La Peste del Siglo XXI”.
Pueden decir lo que quieran de CAP, pero jamás censuró contenido cinematográfico alguno. Puntazo a su favor.
En contra, posiblemente, tengamos que seguir sufriendo los estragos de instaurar un esquema rentista que afectó a las generaciones venideras, al hacerlas dependientes de los subsidios de turno.
Por fortuna, hemos visto una notable evolución en los jóvenes realizadores y en veteranos que asumen el pragmatismo, para sobrevivir.
Carlos Oteyza rueda uno de sus mejores documentales, “Cap dos intentos”, proponiendo una discusión necesaria sobre el fenómeno de Pérez.
En el mismo sentido, Youtubers e influencers se prestan a revisar críticamente el legado de CAP, a objeto de entender su impacto doméstico.
En lo personal, no me cuento entre las filas de las viudas de CAP, ni de político alguno. Sin embargo, considero que el andino tuvo políticas acertadas sobre el cine, que respondieron a su contexto y que sentaron pilares para el desarrollo de nuestra cultura audiovisual.
Mi tesis no se propone como una verdad absoluta. Es sí un intento por esclarecer un tema que conmovió al pasado y que todavía nos marca en presente.
Para ello sirve la historia.
Aprendamos de sus lecciones para corregir y recuperar lo que consideremos de valor, descartando lo tóxico y pernicioso en materia de derechos humanos.

Sergio Monsalve
Sergio Monsalve
Director Editorial Observador Latino. Comunicador social. Presidente del Círculo de Críticos de CCS. Columnista en El Nacional y Perro Blanco. Documentalista, docente, productor y guionista.

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