En el libro “La Sociedad que seremos”, Belén Marrero expone los dilemas de nuestro mundo cuádruple, donde pertenecemos a 4 categorías definidas: digitales acomodados, digitales empobrecidos, analógicos acomodados y analógicos empobrecidos.
Tomando el método de su estudio cultural, analizaremos el contenido de la cuarta temporada de Cobra Kai, cuyas peleas y acciones encubren una imprescindible reflexión sobre el destino de la sociedad de cristal, frente a las realidades del acoso y la desigualdad.
¿Qué hacer al respecto? Pónganse el kimono y la cinta negra, para acompañarnos por el recorrido de su tratado filosófico. Mientras algunos críticos flojos la despachan con comentarios despectivos, nosotros la reivindicamos por las siguientes poderosas razones.
- Más dudas que certezas.
Ante las demandas de la era de la cancelación, “Cobra Kai 4” toma un desvío estratégico, de caballo de Troya, aparentando una inclusividad discreta que le permite exponer lo que de verdad quiere contar. Entendiendo la naturaleza del enemigo en Los Ángeles, la producción incorpora a personajes diversos de múltiples minorías, pero en vez de tratarlos con un filtro de populismo o de victimismo plañidero, pues se elige confrontarlos con la dureza de los choques generacionales que caracterizan al armado de la serie, entre boomers de diferentes orígenes sociales y chicos que representan al crisol de razas en Norteamérica. En vez de concentrarse en un típico conflicto binario, de orden progre, la serie asume un enfoque adulto que es el de mostrar las lógicas evoluciones de las personas, a las que no se pueden encasillar bajo el típico molde marxista de buenos y malos. Por ende, la cuarta temporada escala la transformación natural que supone cambiar de bando, asumir alianzas por conveniencia como en el mercado, madurar la perspectiva, renunciar a la influencia del paternalismo dogmático y tóxico. Fíjense en la evolución de Samantha Larusso que pasa de ser una insoportable niña de cristal, malcriada por sus padres, a buscar una independencia en sus mecanismos de defensa y ataque, que le ayuden a vencer los obstáculos que se le interponen en la gran final. No es el único caso. Por ahora, puedo sumar la evidente depresión que sufren Hawk, Miguel y Robby Kenne, por motivos distintos. El hecho es que han aprendido a crecer en un ambiente adverso, y que tendrán que resolver sus propios problemas, después de recibirse como cinturones negros en sus respectivos dojos. Por último, la fresa del pastel se la coloca el rey de la cuarta temporada: Terry Silver, un canto a la incorrección política. Vamos a conocerlo mejor en el próximo apartado.



2. Hay que aprender a lidiar con el mal.
Cobra Kai, como las grandes series, desarrolla sus argumentos a la usanza de una creación multivérsica de los europeos y colosos de la literatura. En Cobra Kai se resumen años de creatividad y experimentación con el arte del guion, inspirándose en Shakespeare, las tragedias griegas, los relatos bíblicos, Homero, Sun Tzu, el drama de los autores rusos y la venganza de las plumas anglosajonas en la redacción de una gran novela americana. Cobra Kai lo es, amén de la escritura contemporánea y neoclásica de tres showrunners que entendieron las ansiedades de la audiencia: Josh Heald, John Hurwitz y Hayden Schlossberg. Los tres han elaborado una revisión de la teen nostalgia, que más que ser condescendiente, aprovecha la enorme oportunidad que tienen para radiografiar a su contexto, el valle de California, un paraíso o un infierno, según el lente con que se vea. Uno de los ejemplos concretos en la serie, es la tarantinesca recuperación de los villanos tradicionales de Karate Kid, con el objetivo de actualizar su mitología de cara a las complejidades del milenio. En tal sentido, Terry Silver encarna una reivindicación de un lado oscuro que existe, que posa de moderno, pero que jamás traiciona su esencia de Maquiavelo, al punto que llega a protagonizar la historia de juego de tronos que proyecta el último capítulo de la temporada, cuando se eleva como el corrupto Leviatán del Valle, el hombre que controla las teclas del tablero de ajedrez, como un piano que ejecuta a la perfección silenciosa desde su castillo. Terry fue una caricatura en Karate Kid 3. Ha vuelto por la revancha y se ha robado el show, destruyendo los mapas mentales del espectador en los segundos finales. Como en el siglo XXI, los chicos aprenden que las fuerzas secretas del mal no deben desestimarse, porque han acabado por dominar al planeta, a través de sus armas de sugestión. Lo curioso es que Terry figura como una especie de boomer resentido, de analógico del privilegio, que a pesar de no compartir su ética, nos gusta y nos fascina como una inteligencia del mal, a la altura de los Faustos y los monstruos del romanticismo alemán. Terry es un Doctor Caligari que manipula hasta Kresse, advirtiéndonos que vivimos días de regreso de la pesadilla expresionista, de las almas torturadas que dieron pie a Nosferatu y el Doctor Mabuse. Entonces, nadie debe bajar la guardia.
3. Partiendo a la sociedad de cristal.
Además la cuarta temporada sigue deconstruyendo a la generación de cristal, narrando el ascenso de tres caracteres: Kenny(futuro de Cobra Kay), Tory Nichols y Antonhy Larusso(hijo de Daniel). Uno de los metamensajes más relevantes de la serie, en su cuarta temporada, lo constituye su mirada crítica hacia los digitales acomodados y empobrecidos del universo centeniall. Sus padres son miembros de la generación X, más enfocados en los recursos y las técnicas analógicas. De modo que el gran choque de la serie se cifra ahí, donde las tabletas y smartphones no sirven de nada para conquistar la gloria en el Valle. Lo que en principio se antoja como un discurso tecnofóbico, después se logra decantar y desarrollar como una señal de llamado de atención. No por casualidad, la cuarta temporada comienza con Kenny sumergido en un video game, una consola que lo ha despojado de sus reales capacidades de defensa, para protegerse de los peligrosos bullys de la zona, incluyendo el propio hijo de Daniel Larusso, el verdadero acosador pasivo agresivo de la historia, según una teoría cada vez más evidente. Antonhy Larusso se durmió en los laurales de la fama familiar, y cree que ello le basta para reinar en el colegio, como acosador nato. Así, con base a su prestigio nepótico, molesta a Kenny, persiguiéndolo y engañándolo con avatares de la web. Lo humilla desde el internet hasta la calle, repitiendo el ciclo de Karate Kid I. Ahora Antonhy Larusso ocupa el sitio del Jhonny Lawrence de otrora, que fastidiaba al nuevo chico de la cuadra, Daniel Larusso. Ambos, Kennny y Antonhy, sufren de un estancamiento personal en el espacio digital. Solo saliendo a enfrentar sus demonios, volverán a recuperar su autoestima. Pero ojo, las habilidades aprendidas en Cobra Kai y Migaji Do, no son recetas analógicas perfectas. En efecto, las lecciones del Karate imponen nuevos retos y complejidades. De cualquier modo, la serie invierte buenos minutos en satirizar a una comunidad consumista, que en vez de limpiar el auto con sus manos, contrata a un lava carros por una aplicación. Así que el papá, Daniel, se harta de la trampa y le rompe la “tablet” al hijo consentido. Causa gracia que estas situaciones las vivimos a diario en el encierro de la pandemia, y que una serie que se transmite por tabletas, haga una catarsis gozosa con nosotros en su mismo medio de reproducción. Más curioso es el devenir de la misteriosa chica Tory, que es una típica analógica empobrecida y nostálgica de la generación X. Detesta todo el mundito fake que la rodea, de influencers y niñas de Instagram que presumen de una vida perfecta. Ella, como muchos, no pertenece a las redes sociales, se resiste a su influjo, porque sencillamente no tiene tiempo. Anda demasiado preocupada por llevar el pan a la mesa, haciéndose cargo de una familia disfuncional, como tantas chicas resteadas de su edad. Su respuesta real la encuentra en el Karate, el único lugar donde batalla de tú a tú con las niñas bien y acomodadas digitales del valle. Vean cómo Tory alcanza una de las dimensiones más existenciales y agudas de Cobra Kay. Una mujer que lucha de cero, refutando cualquier intento condescendiente por tratarla desde la autocompasión. Tory entraña una de las mejores tomas de conciencia de la serie.
4. Daniel, Kreese y Lawrence continúan derrotados.
¿Pensabas que culminaría en happy ending con todos bailando y cantando una canción por Tik Tok? La serie hackea las expectativas de la audiencia, despidiéndola en guerra y conflicto con sus preceptos, en lugar de optar por el rumbo fácil del apaciguamiento y la conciliación. Las alianzas, en realidad, jamás fueron tan estériles, como en la temporada cuatro, dejando a un claro vencedor que es el tirano del valle. Daniel está perplejo, Kresse va para la cárcel y Lawrence no termina de levantar cabeza con su nuevo dojo. Se confiaron demasiado, fueron arrogantes, despertaron a la bestia de Terry que los derrotó en su ley del oeste.
Finalmente, Daniel se ha convencido que la solución no es el viejo método Migaji, de esperar a defenderse, mientras planifican quince ofensivas en su contra.
Larusso va por su no mercy, strike first, strike hard.
Se cansó del versito del buenismo.
Mi recomendación es que la oposición de cristal, más barinés y Migaji Do, se vea en el espejo de Cobra Kai, temporada cuatro, sacando sus propias conclusiones.
De lo contrario, seguiremos saliendo derrotados por los Terry Silver que nos dominan en el Valle de Caracas.