Alerta de spoilers.
Surrealismo, terror e incorrección política ante la Matrix woke de Marvel.
“Doctor Strange en el multiverso de la locura” supone una grata sorpresa, al erigirse en una anomalía dentro de la matrix del MCU. Sam Raimi es el responsable de trastocar el molde de la típica película de Marvel, con la complicidad de los actores, productores y guionistas, diseñando un potente delirio audiovisual a la altura de “Inception”, bajo la influencia de la filosofía zombie de Romero.
Por ende, el filme es un logro autoral de su realizador, quien vuelve a su mejor versión, a su origen en el cine de terror posmoderno de los ochenta en adelante. Un género que él reinventó como parodia y deconstrucción, amén de títulos como la serie “Evil Dead” y “Crimewave”.
El cine de Raimi siempre fue caricaturesco antes de su ingreso formal al universo de la adaptación de “Spider Man”.
Llamado el “Tex Avery” del cine fantástico, a Sam lo contratan para trasladar el arquetipo de “El Hombre Araña” a la pantalla en el milenio.
Desde entonces, hace tres películas que cambian la historia del celuloide mainstream, estableciendo las bases del género de súper héroes, como el de más taquilla e impacto social. Mérito suyo en parte, y de su destreza para dotar de verosimilitud a unos efectos especiales, antes cutres y artesanales.
Ahora con “Doctor Strange en el multiverso de la locura”, Sam Raimi ha conseguido refrescar una tendencia que empezaba a oler a podrido, después de los eventos de “Endgame”, con unas cintas que no terminaban de encontrar un identidad propia, queriendo complacer a todos.
Marvel pudo recomponerse mejor en el streaming, gracias a la fuerza expresiva de series como “Wanda Vision” y “Loki”, donde se regresó al sentido iconoclasta de los cómics originales, en su lectura corrosiva de la teoría del simulacro, el tema que más explota la cuarta fase.
La caída de Marvel, normal tras años de éxito, vino de su compromiso condescendiente por ser políticamente correcta y hacerse la woke, en varios de los peores capítulos de “What If?”. Precisamente, aquella serie se salvó por el episodio multivérsico de “Doctor Strange”, el mejor.
Así que la película que hoy revienta el box office, es el resultado de armar un rompecabezas con las variantes insurgentes de “Wanda Vision”, el Doctor Strange bizarro y “Walking Dead” de “What If?”, y la obra divergente de Sam Raimi. El saldo, entonces, es positivo por la sumatoria de aciertos.
El filme se asume como una síntesis barroca de “sueños” y “pesadillas” de Doctor Strange, al estilo de un psicoanálisis de Buñuel con los juguetes de un Nolan y James Gunn. No olvidemos que Scott Derrikcson, un genio del horror, figura en la producción.
Por ende, es una inolvidable experiencia surrealista, como lo fue “Fantasía” en su momento para Disney, armada igual con diversos segmentos desquiciados en tributo a las pinturas de Dalí.
Entre la cascada de alucinaciones para estudiar en un diván de Freud, cabe citar la escena del monstruo al que se le extirpa el ojo como en “El Perro Andaluz”, el duelo de notas musicales en tributo al Ratón Mickey de la mencionada “Fantasía”, los autohomenajes a “Drag me to hell”.
Pero mi secuencia favorita es la que rompe con el último Marvel de los algoritmos y las complacencias con el fandom. Uno de los ajustes de cuentas, que suma la interpretación divergente de Sam Raimi.
Me refiero en específico al instante de los cameos y las comprobaciones de los datos filtrados. En vez de permitir que aquello se convierta en una fiesta para el deleite de los que van a verificar sus teorías, aplaudiéndose así mismos, la película destruye la ilusión en segundos.
Con vehemencia gore se despacha al desfile de personajes y secundarios, citados por las arbitrariedades del algoritmo y su obligación de maximizar la experiencia, agregando capas inútiles. Raimi se sirve de la exigencia, para boicotearla y aniquilarla en pantalla.
Nunca Marvel fue tan sangrienta y divertida en su autodisección meta.
Pasa lo mismo con el último postcrédito, donde Bruce Campbell, actor fetiche del director, se golpea así mismo como un muñeco que al final rompe la cuarta pared, para decirnos como Stan Lee que es solo una película y que el show terminó.
Lo que menos me gusta de la función, es la reiteración argumental en tramas manidas como los conflictos personales y sentimentales de Strange y Wanda. Uno porque no sale del complejo de la culpa, y la otra porque sigue aferrada al esquema de la mujer desengañada, despechada y vengativa.
En la ampliación de ambos formatos, la película desarrolla sus golpes más bajos. Pero el balance es óptimo, por las razones ya esgrimidas.
¿Qué decir de “América Chávez”, sin hablar del incómodo apellido? Que es la imposición woke de la casa productora, para sentirse progre.
Menos mal que “Doctor Strange en el multiverso de la locura”, es lo suficientemente extensa, como para que sus detalles menores, pasen desapercibidos.
Cierro con un comentario aportado por Mario Randor: Excelente artículo, y de acuerdo con que la mejor secuencia fue la masacre de los héroes alternos a cargo de una Carrie Moderna!!!!