En el año 2010, Hunter Moore crea el sitio web “Is Is Anyone Up?”, especie de Facebook de pornovenganza, donde los usuarios filtraban fotos de desnudos de mujeres y hombres, sin su consentimiento, al servicio de foros de haters y bullys.
La docuserie de Netflix, “El hombre más odiado de Internet”, cuenta el auge y el desplome en la carrera infame de Hunter Moore, pasando de ser un celebridad del lado oscuro de la red, a convertirse en objetivo de sus víctimas, quienes emprenden una investigación detectivesca para exponerlo ante la justicia y condenarlo por sus delitos cibernéticos de acoso, pues su página alentaba el hackeo de la vida íntima de jóvenes indefensas.
El formato de la docuserie no es muy original y carece de identidad estética, con su estándar de “true crimen” de Netflix.
Los episodios estiran el caso y posponen su resolución, especulando con los minutos, entre entrevistas, cabezas parlantes y un manejo discreto del suspenso.
Tampoco es vistosa la recreación de ambientes y escenas. Sin embargo, la docuserie cifra su interés en denunciar el contexto y el entorno de un personaje sin empatía, un psicópata digital de nuestros días indoloros.
Lo hace por medio de voces protagónicas del suceso, por boca de madres y mujeres afectadas, por el relato de burócratas del FBI, por intervención de abogados y ex miembros del séquito del villano de la historia, cuya imagen se cumple con develar, pero lastrada quizás por una visión estereotipada y moralista de malhechor.
Tampoco se pide la justificación o la exaltación de Hunter Moore, no obstante, el rasero maniqueo de la plataforma impide comprender matices y entender su relación con una época donde individuos así parecen más una consecuencia de múltiples factores, que un hecho aislado que tipificar como “manzana podrida”.
De modo que el punto débil de docuseries por el estilo, reside en personalizar demasiado fenómenos que responden al propio diseño del algoritmo y de la internet.
Hace falta profundizar en el cuadro familiar, social, económico y laboral de Hunter, para entender por qué surgen tantos como él y que lo elevan a la condición de héroe.
Culpa del medio que lo encumbra y que se dedicó a ensalzar sus vicios, en podcast y afines.
De pronto su psicopatía y su ausencia de humanidad, obedecen al estado de un tiempo que estimula conductas criminales y desviadas de trolles, de estafadores, de explotadores de la miseria ajena, que complacen a una audiencia desconectada y sumida en una burbuja.
Un mercado incel que sigue esparciendo su odio por la web, valiéndose de las laxitudes del sistema digital y de los propios países en que se hospedan.
Por lo que vemos, los civiles actúan más rápido y mejor que las autoridades, a la hora de prevenir y ponerle coto a semejantes delitos.
El tema es que no resulta suficiente.
Vean igual la docuserie para que ustedes no sean las próximas víctimas de los copycats de Hunter Moore, que acechan a la proximidad de un clic y que se erigen en violadores seriales de derechos, encubiertos en una fachada de influencer rock star.
Un peligro latente para nuestras democracias.