martes, marzo 28, 2023
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    El país de los conciertos inofensivos, pero más caros del mundo

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    Debo vivir en un país que no comprendo, o en el que me siento ajeno, pero no he encontrado la primera oferta real que me mueva a comprar un ticket para ir a uno de los nuevos conciertos de la fase actual de supuesta apertura en Venezuela, tan discutida en redes y de desigual fortuna.

    ¿Servando y Florentino? Paso, no soy nada fan. ¿Camila y Sin Bandera? No los conozco, ¿y al precio de quedarme sin cartera por los altos precios de las entradas?

    ¿Quién paga cinco mil dólares por ver a un dúo romántico de baladas almibaradas de origen mejicano y argentino? ¿Solo para enchufados, bolichicos o fanáticos del circuito frívolo de la cultura veneca?

    ¿De dónde sale la plata para financiar tanto relajo y apariencia de normalidad, cuando los hospitales carecen de medicinas y los bodegones empiezan a vaciarse, aunque le duela a quienes fingen demencia y exigen censura, para alienarse mejor con el cuento de la estabilidad económica?

    Hay gente que le pide al periodismo que no haga su trabajo, que no diga las cosas, que entierre la cabeza con resignación. Generalmente en nombre de una verdad hipócrita, de doble moral, que no se condice con la realidad.

    Así que impera un reinado del disimulo, por los predios de una sociedad “instagrameable” y “tiktokera”, donde todo es bello y feliz.

    Una fantasía de consumo, que de nuevo supone un  “opio para un pueblo”, una dosis de “soma”, un efecto especial que moldea y diseña una válvula de escape, al gusto de la regencia de Miraflores.

    Porque en pleno marzo y abril, meses calientes en la política doméstica, ya no se habla de protestas o de volver al asfalto, como en el 2017, sino de tarifas exorbitantes que equivalen a un año de trabajo para un ejército de profesores de la educación pública.

    El encuadre, el marco impuesto, es el regreso al país de la música más condescendiente y ligerita que el dinero sancionado puede comprar.

    Un vistazo rápido por la parrilla de “propuestas” de toques, me deja frente a tres certezas: el tiempo pasó y nunca me adapté a los nuevos cánones de la música más domesticada que circula en el mainstream criollo, de repente lo que llega es algo que pegó en el pasado y no me interesó en su época, es posible que el fenómeno sea de momento otro espejismo de bonanza, para desviar la atención de los verdaderos problemas y controlar a las masas, a través de una clásica ficción de circo sin pan, a un costo dolarizado y sobrevalorado, pues muchos de los grupos y cantantes quemados que se montan en Caracas por precios inflados e inaccesibles para la mayoría, cobran la mitad o menos en Bogotá, DF, Buenos Aires, Río y  Lima.

    Por lo demás, les cuento que espero algo de emoción, de ruptura “en las cositas que se vienen”. Soy un ser humano, después de todo, y pagaría con gusto por disfrutar de lo que experimenté con Metallica, Soda, Aerosmith, Iron Maiden, Charlie García, Cerati, Guns, Red Hot, Elton John, Testament, Jethro Tull o Megadeth, cuando la partió en Valencia.

    Por no hablar de los que me perdí por descuidado: Sting, Oasis, Britney, Beyoncé, Slipknot, Peter Gabriel y un largo etcétera.

    Era otra época, definitivamente. Una con más diversidad de géneros y consistencia en la curaduría.

    La de hoy se unifica en el pop fresa, el género urbano y las tendencias más tradicionales, más conformistas y gentrificadas por las fórmulas. Nada casual.

    Suenan mejores vientos para el futuro: Julieta Venegas(que no me la perdería), Luis Miguel( que sigue con la nota escapista pero es un capo que hay que disfrutar en vivo), y algún regetonero clase B que me pica el ojo, solo por curiosidad.

    Pero pisemos tierra, porque no somos Colombia, donde Miley Cyrus entrega el alma en escena, Dua Lipa se anuncia y los cracks que rompen Spotify llenan estadios.

    Tranquilamente iría a un concierto de Balvin, pero es un clase A, como Bad Bunny, cuyo tour ni se asoma en poner una fecha, cerca de nuestra frontera.

    De modo que se debe bajar el volumen de la fanfarria, evaluar el asunto con calma y objetividad, exigiendo cuentas claras y que se eleve la calidad de la programación.

    Capaz es todo lo que se puede permitir el país por ahora. De modo que no condeno a quien desee comprar la experiencia, y desconectarse por dos horas.  

    Sí cumplo con advertir que la pantalla de los conciertos, no es reflejo de una victoria ciudadana o de un símbolo de desarrollo.

    Puede ser más una cortina, un pote de humo, una estrategia que le funciona al poder para legitimarse, de cara a la instalación de la oficina de la Corte Penal Internacional en Caracas. Como para que crean que los chicos están más pendientes de Sin Bandera, que de salir a protestar por sus derechos.

    En África, específicamente en la República del Zaire, el dictador Mobutu solía enmascarar sus desmanes, ante la visita de los delegados internacionales, montando espectáculos de masas, peleas del siglo entre Alí y Foreman, dando una sensación de estabilidad.  

    El carnaval duró poco.

    Ahora que Venezuela tiene petróleo y goza de otra bonanza artificial, parece que tendremos Sábado Sensacional para rato.

    Una bailanta, una emoción de multitudes, que nos sumergirá en una ilusión de prosperidad y alegría, por los próximos meses.

    Hasta que vengan las elecciones, cuando siempre botan la casa por la ventana, generando más conciertos con estrellas devaluadas.

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    Sergio Monsalve
    Director Editorial Observador Latino. Comunicador social. Presidente del Círculo de Críticos de CCS. Columnista en El Nacional y Perro Blanco. Documentalista, docente, productor y guionista.

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