Steven Spielberg la tiene difícil para cautivar a la generación de Tik Tok, con su nueva versión de “West Side Story”, el epítome del llamado súper musical de Hollywood, dirigido por Robert Wise y ganador del premio de la academia en 1962.
Hoy los centenialls prefieren bailar y coreografiar sus propias rutinas en aplicaciones y redes sociales, con estilos al borde del streep tease, antes de embarcarse en la visualización de un filme chapado a la antigua, con aire de clásico.
De ahí parte el fracaso de taquilla de “West Side Story 2021”, confirmando la brecha entre los creadores de musicales, surgidos en un mundo boomer, y los consumidores de Tik Tok, nacidos al calor de la pandemia y la urgencia de compartir contenido efímero.
Críticos agoreros se suben al tren del desencanto, enfilando sus baterías contra el largometraje de Spielberg, al tildarlo de anacrónico, redundante e innecesario.



Sin embargo, estoy dispuesto a defender el trabajo de adaptación del maestro, por su interés de tributar un material original de Broadway, llevándolo a otro nivel de complejidad y calidad, en sintonía con las ansiedades del milenio, sobre los conflictos raciales, las desigualdades y las polarizaciones urbanas.
La “West Side Story” de Spielberg se beneficia de un magnífico reparto coral, de la fotografía de Janusz Kaminski, de un brillante diseño de producción, de una imagen más expresionista que impresionista, de un agudo sentido de revisión en plan de homenaje y comentario acerca de las luchas tribales que siguen fragmentando, como guerra civil no declarada, a metrópolis como Nueva York.
Rita Moreno, oscarizada en la cinta de los sesenta, vuelve como mamá y productora asociada, aspirando a una nueva nominación a los premios de la academia.
Interpreta a la progenitora del protagonista que personifica la estrella de “Baby Driver”, Ansel Egort, acompañado por la joven Rachel Zegler, todos perfectos en su papel que recrea el amor imposible de “Romeo y Julieta” en tiempos de calles peligrosas y bandas de minorías segregadas por el proyecto de gentrificación, que asoló a la Gran Manzana para convertirla en un parque temático, donde el higienismo y la publicidad invaden el decorado, ejerciendo una depuración de facto, una forma de control social y político, que priva a la ciudad de su encanto disidente y subcultural, entregándosela a una fría administración corporativa.
Mi principal cuestionamiento hacia “West Side Story” radica precisamente en la gentrificación estética de su embellecimiento general, a cargo de un presupuesto abultado de la meca, restándole fuerza a su denuncia en cuanto depende del montaje de un dispositivo, cuya inversión sobrepasa los límites de cualquier mortal de a pie.
En tal sentido, Spielberg muere fiel a su idea de reinventar los géneros dorados de Estados Unidos, con tecnología de punta y despliegue de nuevos medios, a fin de resucitar esencias del pasado, otorgándoles un look sexy para las audiencias del presente.
En parte lo logró con “West Side Story”, según el ángulo con que se mire, aunque los números de la recaudación expresan una merma en el rating de semejantes conceptos de la posmodernidad y sus reciclajes, más o menos subversivos.
La del 61 pintó de marrón a los puertorriqueños con un maquillaje en desuso. La del 2021 corrige el defecto del panqué, decantándose por una paleta hiperrealista con acentos de aquel entonces.
La adaptación, el famoso encuentro de mundos dispares, también se nota en el interés de atemperar la comedia, para privilegiar el drama.
Por su edad, Spielberg no es Tarantino o Ritchie, ciñéndose a su guion de los setenta, de asombrarnos con remakes sofisticados de argumentos y formatos de la serie B, como la típica historia de cacería de un tiburón, que consiguió clavarse en nuestra memoria, gracias a los efectos especiales y a la potencia dramática de un guion espléndido con personajes inolvidables.
De repente, si me apuran, pienso que Spielberg conserva su proyecto autoral intacto al redefinir “West Side Story”, buscando comunicarse con las sensibilidades de hoy en día.
Pero los wokes no han captado el mensaje, no se han sentido lo suficientemente conectados, capaz porque Spielberg es más un conservador moderado que un progre radical con ganas de trastocar a la industria, pasándose de la raya con las propuestas de inclusividad y representatividad que hacen las delicias de los fanáticos de HBO, Disneyplus y Netflix.
De tal modo, “West Side Story” nos cuenta una predecible historia romántica de chico encuentra chica, que de tan convencional resulta inofensiva y hasta prescindible, para muchos.
Así y todo, soy fanático de su puesta en escena, de su trabajo de luces y sombras, de su casting, de sus ligeros desvíos como de artista plástico del after pop, de su partirtura conducida por Gustavo Dudamel, basándose en la composición de Leonard Bernstein.
Los musicales no me dan cringe, tampoco me incomodan las arbitrariedades de soltarse a cantar y bailar por la menor excusa, cual musical de Bollywood o de la Metro, después de la depresión.
Seguramente, los musicales de hoy quieren revitalizar el espíritu de esperanza y reconstrucción, que animaron sus años mozos en Hollywood, siendo instrumentados como terapia de evasión para las grandes masas.
“West Side Story” lo ha intentado al sol del Covid 19 y las variantes del virus, consiguiendo un respaldo discreto que sufre por la saturación de un código conocido, a merced del reinado de Marvel y del efecto de Spiderman, auténticos lubricantes de la taquilla en la actualidad.
Pero como no todo es hombre araña, bien celebro películas como “West Side Story”, a pesar de que el público de Tik Tok no las entienda o ame como corresponde.
En cualquier caso, una metáfora trágica que continúa vigente, cuando las pandillas y las desigualdades están lejos de desaparecer, a consecuencia de las migraciones, las reducciones y las dificultades de movilidad social.
Agreguemos el odio al coctel, azuzado por los liderazgos populistas, y tendremos la tormenta perfecta de la que se alimenta “West Side Story”, donde Spielberg cumple su rol de apostar a la paz y la reconciliación étnica, en vez de condenar al voto latino.
Un filme pro hispano, que vale la pena reivindicar.
Rima, por supuesto, con “Encanto”.
Una tendencia de la temporada.