Es raro coincidir con Mario Silva, es decir, que reconocidas figuras de la Caracas socialité y del disminuido mundo cultural del país, terminen por compartir las opiniones negacionistas del conductor de La Hojilla, al salir en defensa de los explotadores del turismo en Canaima, a propósito de la fiesta echufada de Osmel Souza y sus amigos del derroche decadante.
El tema nos habla de una traición de élites, del ascenso de una intelectualidad permeada por conflictos de interés.
Una intelectualidad orgánica, que llaman, que pierde su condición de ser crítica, cuando ve amenazada su red de negocios.
De tal modo, en menos de una semana, hemos visto cómo se intenta imponer una narrativa, sobre otra, unas matrices y dilemas falsos, por encima de las informaciones, denuncias y opiniones reales.
Es así, como desde el simulacro de las redes, se nos ha querido bajar una línea editorial, al gusto de los diseñadores publicitarios y de los asesores de la crisis de Canaima, para desviar la atención acerca de la rumba VIP en el tepuy, afirmando que el problema no está ahí o en la celebración de un cumpleaños en Kusari, sino en el ecocidio del Arco Minero.
Nos salieron hasta videos en plan de regaño.
De acuerdo, todos nos sensibilizamos con la destrucción del amazonas y del estado Bolívar, a merced de las rapaces estratagemas del régimen.
Pero un asunto no anula al otro.
Sin embargo, el forzamiento del dilema, en el sentido de querer tapar la fiesta con el Arco, supone un argumento tramposo, cuyo objetivo es plantear una dicotomía inexistente, pues como dijimos antes, se pueden cuestionar ambas cosas a la misma vez.
De tal modo, sospechosamente, el manejo de la crisis del tepuy ha caído en las malas prácticas que utiliza la propaganda de la dictadura, a la hora de lanzar una bomba de humo o de distraer a la masa con un problema asociado, fuera del tópico que detonó la crisis.
Ha sido una costumbre implementada, precisamente, por Mario Silva y la Hojilla, afirmando que no hay enchufados en Venezuela, mientras un sector colaboracionista de Instagram llega a unas conclusiones análogas, reivindicando a los empresarios y justificando a los generadores de empleo que aprendieron a hacer negocios en los tiempos de dictadura de Maduro.
Desde una ética laxa de cohabitación, una intelectualidad orgánica ha pensado que la mejor idea es disculpar al mecenas que se fabricó una acampada VIP en un Tepuy, porque estableció un puente turístico entre Caracas y Canaima, que permite el desarrollo sustentable.
Una narrativa curiosa en su inocencia, en su alegato a favor del patrocinante del tour y de los paquetes para una minoría del país.
Porque al final del día, se trata de una reconquista territorial y semiótica que no se pueden permitir todos, que escapa del presupuesto de una mayoría que sobrevive de milagro.
Pero a algunos les gusta creer que su experiencia es la de todos, que su cima es la de Venezuela y que tenemos que alegrarnos porque unos pemones hagan el trabajo duro, mientras los blancos criollos pasean y se toman fotos, en un reforzamiento selfie de su ego y megalomanía, de su complejo de grandeza, destinado a cumplir un trámite por Instagram, de subir las postales de éxito en el feed.
Porque la experiencia se resume y concluye en la foto neocolonial desde lo alto, sacando a los pemones del cuadro, a quienes se les trata como unos brazos ingenuos y de buenos salvajes, que se sienten felices por cargar a los miembros de la élite caraqueña.
Tengo amigos y expertos en la zona, que cuentan un relato muy diferente, que invierten la ecuación, dejando que los pemones hablen a Caracas, reclamando no ser explotados como fuerza de obra barata, como símbolo de exotismo condescendiente para ubicar en el fondo de una foto de un influencer.
Me pregunto, solo porque soy periodista y mi labor es disentir, si no es mejor que los tepuyes descansen de nosotros, que los pemones descansen de los turistas VIP, o que para equilibrar las cargas, el turismo organizado deje de explotar la zona, evitando su erosión y su banalización.
No en balde, llevan tiempo emborrachándose y rumbeando en los ríos de Canaima, como si fuese Playa el Agua, Puerto Azul, los Juanes o Parguito. Algunos no soportan un archivo con botellas y coolers en mano.
Porque la verdad hay un origen para la fiesta del olvido, y es que ocurrió por la autoindulgencia de una élite que prefirió acomodarse y arrimarse al mingo de los negocios, antes que plantar cara firme y resistir.
Esta historia continuará y ni mil matoneos de sifrilandros, o bajadas de línea de Mario Silvas involuntarios, harán que dejemos de escribir, ejercer el periodismo y formular las interrogantes pertinentes sin censura.
Porque ya basta que nos digan a los reporteros y editores de qué es lo que tenemos que hablar y cómo.
Bastantes años pasamos en una universidad, formándonos y formando estudiantes, para saber distinguir la importancia y trascendencia de una información.
Bájenle dos cambios a la prepotencia y al narcisismo.
Canaima no necesita de otro vampiro que la instrumentalice para sus fines.
Canaima es la obra de arte natural, es la musa, es la inspiración, es el milagro, es el monumento, no ustedes.
Lo que faltaba, en años de Maduro, privatizaron Canaima y el Arco Minero, a espaldas de la opinión pública. O las estatizaron, mejor dicho.
Vean cómo quedó PDVSA.
Ojalá que Canaima no acabe en la ruina.
Sergio Monsalve es Director Editorial de Observador Latino. Comunicador social con estudios avanzados de periodismo. Docente universitario con dos décadas ejerciendo el oficio. Periodista con 25 años experiencia en el medio, como documentalista, productor, columnista y crítico de cine.