Por Jackeline Da Rocha.
Con el cierre de la semana de la moda en Nueva York se dictan las pautas para las siguientes pasarelas. Qué colores serán esenciales, qué accesorios cumplirán su ciclo de volver a estar de moda, qué diseñadores y creadores merecen seguir presentes y en boga para la siguiente temporada. Hemos hablado en artículos anteriores sobre el papel de la tecnología y robótica en algunos de los shows de este evento, pero esta vez es momento de revisar la historia que nos cuenta uno de ellos.
En mi corta remembranza de semanas de la moda, cuando yo era pequeña solo veía modelos en una caminata recta y al final su respectiva media vuelta para regresar. No tenían nada de fantástico el ambiente ni la música y no involucran a la audiencia de ninguna manera. Con el tiempo los directores creativos de cada marca han sabido sumergir las muestras de sus colecciones en una temática que envuelve todo el momento. La elección de venues específicos y decoración asombrosa han sido las herramientas más potentes para transformar algo cotidiano en una entrega memorable y que acompaña el mensaje de su trabajo.
En 1989, la casa Margiela escogió un parque infantil abandonado en París para presentar su obra. Para un evento normalmente con estatus y formalidad, este scouting indicaba una revisión de la audiencia. El evento ahora era su propia producción enfocada en los consumidores. Desde la Gran Muralla China hasta el desierto de Gobi han sido literalmente plataformas para convertir un desfile en una experiencia.
Thom Browne es un diseñador reconocido por su uso de texturas inesperadas y colores sobrios siempre apegado a su uso de mil y un variaciones de un traje con blazer de solapa y shorts. Desde su trabajo en la casa Moncler y ahora bajo su propia bandera, Browne no se dejó intimidar por la innovación de su competencia. El show de este año demuestra como siempre está presente su pasión por el arte y cómo se apalancan de un clásico para contar una nueva historia.
Un cuarto enorme, oscuro, solo se puede ver en el centro una antigua avioneta completamente blanca de tamaño real sobre una pila de arena. Del techo cuelgan enormes estrellas y una luna, también blancas. Los asientos están acomodados en forma de círculo alrededor de estos elementos y el borde del círculo está pintado para imitar un reloj. Pronto salen los modelos, no caminan en línea recta sino que rodean el reloj; permitiendo a cada asistente un acercamiento personal. En la colección vemos trajes completos blancos, con mangas infladas que parecen astronautas. La narración acompañante indica “Nos encontramos en el desierto”.
Browne encontró en El Principito de Antoine de Saint Exupéry una poética forma de llevar a su audiencia en un viaje que si bien al principio los encontró desconcertados, finalmente les enseñó que lo esencial va más allá de lo que podemos ver con los ojos.