Durante el mes de enero y febrero, he estado experimentado con el fasting(ayuno) digital, para probar procesos de desconexión y détox, que me permitan ganar productividad en otras áreas de trabajo.
He notado, como muchos de ustedes, que suelo perder tiempo en el scroll de Instagram, vagando de historia en historia, buscando algo que no encuentro, capaz un contenido, una creatividad o un comunicación que tengo más cerca y no veo.
Embotados y ensimismados, cambiamos el pensamiento abstracto por el regocijo eterno de las distracciones y opiniones del rebaño en clave de tendencias dicotómicas, binarias. Porque se teme desentonar. La presión es dura. La gente acaba por ceder, neutralizando su personalidad crítica.
Obviamente, no estoy solo, el burnout se sufre en grupo, y se trata en terapia desde antes de la pandemia.
El Covid agudizó unos síntomas que estaban ahí, una formas de segregación y aislamiento que mellaron capacidades y destrezas, para entablar conversaciones, pensar por cuenta propia, consumir en la calle y lidiar con el azar de la vida en sociedad.
De pronto, los nuevos medios facilitaron muchas cosas, hasta para conseguir pareja en línea, a cambio de anestesiar y bloquear otros sentidos, a riesgo de perder facultades, como concentrarse, meditar, reflexionar y ser proactivos en nuestros espacios.
El delivery sustituyó la compra incómoda, pero a su vez lesionó la educación mutua en el servicio. Por fortuna, ha sido compensada por una cultura emergente, que desea atender como corresponde, con empatía, en los nuevos locales comerciales que existen.
Tik Tok, Twitch y el streaming de video juegos, causan déficit de atención, provocando que gente padezca trastornos serios y ansiedades, si no consultan su celular a cada minuto, para ver qué pasa y ocurre que nos brinde un “shot” de adrenalina.
El problema es que, como señalan los expertos, habituarse a una dosis eterna de dopamina, generada por una dieta de videos cortos de impacto, tiende a provocar el efecto contrario, diluyendo nuestra emoción y sorpresa.
De inmediato sobrevienen la depresión, el cansancio y el hastío, imaginando que la bulla y el ruido lo mitigaran.
No es así.
De modo que se crea un círculo vicioso de adicción, donde quedamos cautivos y presos de un sistema de gratificación, que excluye experiencias importantes, como el natural paso del tiempo, la contemplación de una obra de arte, como un museo, una ópera o un largometraje serio de 3 horas, al estilo de “Tár”.
Les comenté, recientemente, de mi preocupación en las salas de cine, cuando observé que hay un tipo de espectador, algo atrofiado por las aplicaciones y la big data, que carece de formación y cultura, para comportarse en una función de sala oscura.
De igual modo, no es casual que hayan surgido documentales que se preguntan si nos hemos vuelto menos inteligentes, a la luz de la implosión de las crisis del siglo XXI y de su omnipresencia algorítmica, cuyo efecto es el de una tribalización de los debates en Twitter, a merced de una polarización incoada que rompe el tejido y el contrato social.
De ahí que, como respuesta, haya nacido la propuesta del ayuno digital en diferentes foros, libros y teorías.
El détox viene proponiéndose desde los tiempos del diseño de la web, por sus mismos fundadores, como Jaron Lanier, quien invita a desconectarse por completo de la Matrix, o al menos por períodos prolongados que recompongan nuestras habilidades amputadas, limitadas, simplificadas, reducidas por el juego del selfie y los likes.
Es un asunto complicado, y personalmente no tengo la fuerza de voluntad, para predicar con el ejemplo.
Como ustedes, parte de mi desempeño laboral, se cifra en el intercambio simbólico que depara la net.
Pero el 2023, me ha llevado a implementar el ayuno digital, como prueba y caso de estudio, obteniendo unos resultados satisfactorios que ahora comento.
Últimamente, no cargo celular a la hora de dictar clases. Lo apago antes, concentrándome al cien por ciento en las actividades del salón, en mi recorrido de ida y vuelta, acostumbrándome a enfocarme en la experiencia que se me revela como una película, con altibajos, que debo protagonizar y encargarme por culminar exitosamente, sin necesidad de revisar el teléfono.
En el tráfico estoy atento, en el aula propongo que todos apaguen sus móviles, y que despejemos la mente por cinco minutos, antes de empezar con la sesión. Permanecemos en silencio, comentamos la experiencia, la vinculamos con el tiempo y montaje del cine, con su duración.
Hablamos del ayuno digital, lo ponemos a circular, y seguramente cada quien lo aplicará en casa, lo implementará en familia, como guste.
Tampoco se trata de una doctrina, una materia obligatoria. Simplemente es un ejercicio. Y yo lo comparto como idea para la consideración.
Cuando camino, una hora al día, tampoco llevo celular. Dejó que respire y que no perturbe la oportunidad de drenar, cavilar y agitar las neuronas, al ritmo de los pasos.
Plantéenselo como alternativa y conversación, para los próximos días.
Dato al cierre, estoy leyendo el doble que antes, y recuperé la lectura de novelas que la había olvidado, porque no tenía la cabeza para ello, sino para puro libro de no ficción y análisis.
Capaz consiguen resolver una angustia, que les brindará herramientas para sentirse mejor, que ya es algo, que ya es bastante.