viernes, marzo 17, 2023
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    Todo en todas partes al mismo tiempo: elogio del arte ecléctico y dadaísta de los Daniels

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    Los Daniels son recicladores y recolectores de desperdicios, de trastos viejos, de residuos. Con gracia han elaborado su último trabajo de síntesis poética, de la inocencia al cinismo. Por aquí lo desglosamos, con admiración, para ustedes. 

    “Todo en todas partes al mismo tiempo” merece una reivindicación crítica, porque el espectador común tiende a subestimarla y condenarla, con una serie de juicios a priori, descalificándola por ser “una película de chinos” o de “pura inclusividad”, cuando el filme de los Daniels circula por otros caminos expresivos, estéticos y personales, más allá de etiquetas y campañas de intoxicación ideológica.

    Por ende, lo que muchas veces circula como crítica contra la cinta, pues no lo es, al tratarse de simples comentarios despectivos, racistas y xenófobos, estimulados por algoritmos que radicalizan e idiotizan a la gente, nublando su percepción.

    En realidad, el filme responde a la construcción de un entramado complejo, donde diferentes capas de sentido se conectan, agitan y desmontan, como una interfaz o un hipertexto de la posmodernidad.

    De hecho, es un triunfo del cine que una película tan abigarrada, libre y deconstructiva de los géneros clásicos, llegue lejos en la temporada de premios, generalmente predecible y conservadora en la preservación de sus gustos, de sus cánones clásicos, siempre a favor de un tipo de largometraje potable y dramático de consenso.  

    No resultad casual la comparación con el fenómeno de “Parasite”, si consideramos que ambos títulos hablan de familias disfuncionales, que ven derribarse sus pilares del hogar, en medio de situaciones caóticas y grotescas, que rompen con la normalidad, al abrazar los códigos del surrealismo y el dadaísmo.

    De tal modo, si “Parasite” semeja un remake de “El Ángel Exterminador” de Buñuel, “Todo en todas partes” rememora los diseños oníricos y fantásticos del maestro español en sus cajas chinas de pesadilla, como “El discreto encanto”, en la que los sueños se imbrican con los deseos y excesos de unos personajes grises.

    No en balde, aquella secuencia delirante con succión de dedos de salchicha, me evocó el humor negro de algunos pasajes subversivos de “La Edad de Oro”, cuando el cine de Buñuel era más rabiosamente daliniano.

    En contra del filme, se podría argumentar que dicho gesto de trastorno erótico de vanguardia, ha sido plenamente desactivado y asimilado por la cultura de masas, pasando del apocalipsis a la integración.

    Por igual, los diversos materiales que inspiran el barroquismo de la pieza, como el video clip artie de Spike Jonez y la comedia escatológica de los Farrely, han sufrido una evidente domesticación, a cargo de la compañía A24 con los hermanos Russo de “Avengers”, para mayores señas de estudio sobre el proceso de instrumentación hipster de los paradigmas independientes.

    En su descargo, los Daniels pertenecen a una escuela que ha negado y rechazado la academia, desde sus desplantes a Wes Anderson, Noah Baumbach, Harmonie Korine, Ana Lily Amirpour, Greta Gerwig, Robert Eggers, los Safdie y demás miembros de la fauna americana del movimiento mumblecore.

    La academia no sabe o no ha querido reconocerlos del todo, debido a su pertenencia a una zona de recambio generacional, un poco extraña y difícil de encasillar por la mentalidad cuadrada de los académicos.

    Si les costó un mundo premiar a Scorsese, qué quedará para los nuevos emergentes y disidentes de la escena de Hollywood.

    En años recientes, hubo un esfuerzo cierto por glorificarlos, con los realces de “Nomadland”, “Moonlight” y “La Forma del Agua”, pero de una manera que no terminó de cuajar en la audiencia y de hacerse comprensible, para el gran público, que pensó que era defraudado por un veredicto que atendía más a los críticos esnobistas que a los consumidores.

    De ahí se traduce el divorcio sonado que ha sufrido la ceremonia del Oscar con los creadores de contenido en las redes sociales. Por eso, las reformas actuales de la academia, buscaron la solución del 2023, que intenta aglutinar éxitos comerciales como “Top Gun Maverick” y “Avatar 2”, con propuestas autorales y divergentes de la talla de “Todo en todas partes”.

    En cualquier caso, nunca se logrará un ansiado consenso, en la actualidad, por la hiper estratificación del mercado, en nichos compactos y polarizados. Así que no es de extrañar que, hoy por ejemplo, la carrera de “Todo en todas partes” se deseé empañar y ensuciar por un post de Michelle Yeoh, donde hace campaña por sí misma.

    ¿Como si todos los demás no hicieran lo mismo, asistiendo a entrevistas, banquetes y cuanto trámite incómodo existe en el contexto de la temporada de premios?

    El domingo veremos qué sorpresas nos depara la campaña del 2023, y si finalmente rompe con lo previsible que suelen ser los resultados finales.

    Como sea, “Todo en todas partes” también acierta en su tratamiento ecléctico, fusionando innumerables condimentos disímiles, huevos de pascua y guiños paródicos, bajo una tradicional narración de desencuentro, entre una madre y su esposo, sumando la incomunicación con la hija.

    Un conflicto de manual que sólo el toque demente de los Daniels, convierte en un tratado contemporáneo de las emociones, de las angustias y las fragmentaciones que vivimos en un multiverso saturado de referencias absurdas.

    Por tanto, es lógico que los realizadores señalen que su película es como la dificultad de narrar un relato amoroso y melancólico, en tiempos de metaversos, alienación digital y contagio viral, de modo que se nos va la existencia en un ejercicio extenuante de encontrar sentido, cambiando de canal, haciendo zapping, o sencillamente “scrolleando” en un celular.

    El reto es descubrir una solución, una salida, una alternativa, ante tamaña acumulación de datos, citas cultas y gags de Saturday Night Live.

    Me parece que los Daniels lo logran demasiado, al apostar por dos condiciones contemporáneas del cine mutante: rescatar a la humanidad perdida que se ha extraviado en el laberinto de la Matrix y Tik Tok, brindar una esperanza empática al futuro incierto de la industria, por medio de un homenaje sensible a sus raíces elevadas y menores, a lo alto y a lo bajo, a Kubrick y Gondry, al romanticismo de Kar Wai y a la nostalgia experimental de poner a dos rocas a dialogar, delante de un paisaje western, como en un ensayo naiff y reflexivo de Agnés Varda, de Godard, de Marker.

    “Babylon” intentó rendirle tributo al cine, con un montaje análogo, pero que se antojó menos creativo por su parecido con un video de fan con found footage.

     “Todo en todas partes” consigue que nos asombremos y conmovamos, al constatar cómo el arte de Jakie Chang y el Spielberg aventurero de “Indiana Jones”, puede convivir en algo que recuerda al burocratismo kafkiano de Gilliam en “Brazil”, a la ciencia ficción de las Wachowski, al despecho eterno de “In The Mood for love”, al chiste bizarro de remedar a “Ratatouille” con un mapache.

    De nuevo, son ustedes libres de aceptar o no la propuesta de los Daniels.

    En mi caso, celebro que ganen en su ley, creando un collage after pop, que alabaría Warhol y que Umberto Eco semiotizaría con entusiasmo.

    Todo en todas partes al mismo tiempo: elogio del arte ecléctico y dadaísta de los Daniels 4
    Sergio Monsalve
    Director Editorial Observador Latino. Comunicador social. Presidente del Círculo de Críticos de CCS. Columnista en El Nacional y Perro Blanco. Documentalista, docente, productor y guionista.

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