Encanto pertenece a la categoría del Disney más dark.
La película es un despiste en su primera parte, al contar la predecible historia musical de una familia garciamarqueana. Después, ocurre el verdadero milagro del filme, cuando se narra su auténtico drama, oculto en una casa.
Deben tenerle paciencia. Es una película poderosa que se cuece a fuego lento, tras pasar por todos los clichés etnocéntricos que Hollywood tiene sobre la cultura de Colombia, en forma de telenovela colorista. Superado el trámite, comienza la obra maestra que es Encanto.
A Encanto la precede un cortometraje que es síntesis del largometraje, contando una fábula moral acerca de la educación que recibimos, donde se pasa de la castración al entendimiento empático entre las generaciones.
Sin embargo, la obra deja en evidencia una notable investigación, para recrear ambientes, bailes y músicas localistas. Al final, el guion supera el plano de la condescendencia y el reduccionismo visual de un parque temático, desmotando una mitología que precisamente encubre.
De ahí que sea una película sanadora, en el mejor sentido, que se robará el corazón del público venezolano, el cual también sufre por la migración forzada, a causa de purgas e intolerancias. En suma, una cinta que elogia el poder de la resiliencia en América Latina.
Una resiliencia de manos que trabajan, sin esperar por dádivas o milagros de un estado mágico. La verdadera magia reside en el esfuerzo de los ciudadanos independientes, para sobrevivir y curar sus heridas.
Atiendan a su llamado y déjense conmover, hasta las lágrimas, con sus ritmos.
Mención aparte para Sebastián Yatra y su hermosa canción, que es el punto de quiebre de la película, por el bien de todos los personajes.
Un mundo que cambia y sigue cambiando.