Lionel Messi acomoda la pelota en su zona predilecta: en la frontal del área, apenas recostado sobre la derecha, un panorama ideal para la exquisitez y precisión de su zurda.
Pero su disparo, el mismo que tantas veces convirtió con un remate imparable al ángulo superior izquierdo del arquero, se va por encima del travesaño. Es el eterno retorno, un maleficio que parece una parodia: Messi pateó ese mismo tiro libre, con el mismo destino, en sus cinco Mundiales.
La noche parecía una síntesis de todas las frustraciones mundialistas que Argentina padeció durante este siglo. Pero Messi tendrá revancha. Van 64 minutos, el clima es cada vez más espeso en Lusail y la actuación albiceleste es otra vez decepcionante. En el cuerpo de los jugadores, en el aire de Lusail, se siente la tensión. El reloj se consume, el tiempo se agota, aumenta la frecuencia cardíaca y el panorama es cada vez más dramático: Argentina no está afuera de los octavos de final pero los síntomas son de eliminación.
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Pero entonces ocurre la magia. Ángel Di María aparece por el flanco derecho, intenta sin éxito otro desborde y acude a su plan alternativo: detecta al 10, por primera vez sin la celosa vigilancia mexicana y en absoluta soledad, en la puerta del área. El desenlace se escribe solo: Messi se acomoda la pelota con un control orientado y con la misma zurda ejecuta un remate cruzado e inatajable para Memo Ochoa.
Messi y el gol
El gol es más que un gol, es más que un triunfo, es más que tres puntos imprescindibles: es un desahogo. Messi sale disparado, con la boca llena de gol, hacia la tribuna en donde delira su pueblo, una hinchada que hizo un esfuerzo colosal para acompañar un sueño que construyó a partir de su consagración en la Copa América.
El genio frotó la lámpara en una definición propia de Arthur Schopenhauer: mientras que el talento logra lo que otros no pueden lograr, el genio logra lo que otros no pueden imaginar. Y ningún otro jugador hubiera podido imaginar el remate que destrabó el trámite. Luciano Spalletti, entrenador del Napoli, utilizó ese recurso para explicar a Maradona y la misma frase puede aplicarse al otro gran 10 argentino: “Esa es la diferencia entre el talento y la genialidad”. Y Messi es un genio.
Récord de público desde Estados Unidos 1994
La capacidad del Lusail es de 88.966 y en el encuentro entre argentinos y mexicanos el estadio estaba lleno. Se agotaron todas las entradas para presenciar este partido.
La última vez que hubo tanta gente en un partido de una Copa Mundial fue en la final de Estados Unidos 1994. El estadio Rose Bowl de Los Ángeles albergó el encuentro entre Brasil e Italia, que dio como ganador a la Canarinha a través de los penales. En ese partido hubo 94.194 espectadores.