Es incierto el futuro del Museo de los Niños, a 40 años de su inauguración, que se cumplirán en agosto.
La fundación ha abierto un cuenta de Twitter en la que buscan recolectar fondos, con el objetivo de recaudar dinero que permita reabrir las puertas del Museo, uno que junto al MAC ha sufrido los embates de la política de desidia cultural que se practicó en los tiempos del régimen socialista.
Durante las últimas dos décadas, el Museo experimentó la merma progresiva de sus ayudas estatales, hasta quedar en el mismo abandono presupuestario que padeció el Museo de Arte Contemporáneo.
Fue, obviamente, el resultado de un plan de asfixia que cumplió un propósito evidente: desaparecer del mapa y de la conversación a dos íconos, a dos joyas de la corona de la gestión de la cuarta república.
Sin embargo, se puede concluir, que de momento aquel proyecto de demolición institucional del período democrático, tuvo un efecto paradójico que echó por la borda los planes rojos de borrar la memoria de un país.
El Museo de los Niños resume el dilema de la Venezuela que no se arregló, a pesar de las campañas en redes por demostrar lo contrario.



Por un lado, los periodistas y los usuarios lamentamos el cierre de la planta física, intensificada por la pandemia, haciendo imposible el mantra de “prohibido no tocar”.
Antes reportamos la clausura de salas y de instalaciones, al igual que en el MACSI, a consecuencia de la crisis y de la falta de respaldo gubernamental.
De tal modo, la barbarie quería asestarle un golpe mortal, la estocada definitiva que forzaría la desaparición de una infraestructura, a la que luego le aplicaría el método de la apropiación, comprándola a precio vil y restaurándola, a fin de explotar como propias, victorias y hazañas ajenas.
Así pasó con el Hotel Humboldt, con el Poliedro, y ahora con el Teresa Carreño, reconvertido en la sala de festejo de los oligarcas aliados al régimen en el negocio de los conciertos que fingen reactivación económica, solo para una minoría.
Un clásico método ruso de comprar empresas básicas, cuando están semirotas y fundidas, para luego proceder a saquearlas y explotarlas en las pocas manos de los bolichicos, de los capitales opacos.
Hemos visto, entonces, que la cultura tiene dueño en la actualidad, y que lejos de garantizar las luchas del pasado, pues pasan a una privatización China de facto, cuyos protectores la administran dentro de la rosca del partido.
Por ende, los precios de los boletos se disparan, renunciando al concepto de democratización cultural que caracterizó a una cuarta república, en la que por cien dólares comprabas toda la grilla para el Festival de Teatro.
Hoy por cien dólares, te alcanza para una entrada de un artista quemado de los noventa, que regresa por oportunismo y obligación de ganarse unos centavos, a costa del aislamiento y de la carencia de acceso cultural de una sociedad tan cercada como la cubana.
No es casualidad que el MAC, el Festival de Teatro y el Museo de los Niños, hayan sido atacados de forma misógina, porque sus promotoras fueron mujeres empoderadas y de avanzada, como Sofía Ímber, Carmen Ramia(con María Teresa Castillo) y Doña Alicia Pietri de Caldera.
Conviene volver a ellas, a su legado, a su aporte que inspiró a generaciones venideras, que hizo de Venezuela un país moderno y competitivo en su escala continetal.
Por otro lado, afirmamos que los intentos por opacar el trabajo de Doña Alicia en Museo de los Niños, fueron en vano.



A pesar de todo, la sede del Museo de los Niños permanece en pie, con su dignísimo diseño estético, esperando una operación de rescate nacional e internacional, soñando con que las millones de personas que lo visitamos, nos despertemos del letargo y nos activemos en un gesto de solidaridad, que permita económicamente su reapertura.
Si los Tik Tokers se asombran con los restos del MAC, no me puedo imaginar la cantidad de videos y reseñas de Instagram que saldrían solas en la obra maestra con sus famosas y vanguardistas experiencias: la molécula de diamante, el túnel de colores, el estudio de televisión, la vuelta en el carro, la cocinita, el consultorio odontológico, las sombras atrapadas en la pared, el planetario, el viaje al espacio, el cuarto de perspectiva inclinada, las áreas de biología, física, ecología y comunicación.
En el Museo de los Niños aprendimos jugando entre zonas que estimulaban nuestros sentidos y nuestra inteligencia, imaginando un futuro de gente noble en armonía con la ciencia, la investigación, la lectura, la naturaleza y la otredad.
El Museo, a quienes lo visitamos, nos enseñó una lección de bondad, belleza, amor por el medio ambiente, creatividad y talento en su puesta en escena.
A Don Jorge Blanco corresponde el mérito de dar vida a la imagen del Museo: el famoso Museito que llevamos en franelas y los suovenirs que comprábamos gustosamente en la tiendita, antes de que dicha estética fuese saqueada y plagiada por la mercadería hispter de sifrilandia.



Llevábamos con orgullo nuestras bolsitas y nuestros lápices de museíto, para escribir en clases y hacer las tareas.
Recuerdo ver mi paso del tiempo en el Museo de los Niños, desde que fui por primera vez con mi familia, entrando como un guante en la molécula, hasta darme cuenta que mi estatura me impedía ya entrar en ella, disfrutando con las sonrisas de los chicos que la cruzaban por primera vez.
Siempre me asombró el ingreso por la escalera con los espejos y los colores, sin saber que el mérito le correspondía a seres humanos.
Pensaba que era obra de algunos seres del futuro que habían dejado plantado el museo como un ovni proveniente de otra galaxia dimensional.
La verdad es que todo fue curado por Doña Alicia, su equipo y por la mente brillante de Don Flanco Álvarez, que en paz descanse.



El Flaco era un genio que ganaría el premio nacional de cultura, que te trataba como un par, que vestía modestamente, pero que atesoraba una visión que era superior a la de nosotros, y que supo leer el momento para brindarnos alegría con sus Museos, exposiciones y montajes.
El destino me permitiría conocer al Flaco en persona, entrevistarlo un par de veces, ver cómo llevaba su teoría a la práctica de “aprender jugando” con sus ideas, con sus maquetas, con sus planos, con sus conversaciones.
Es un privilegio que siga existiendo el Museo de los Niños, en la avenida Bolívar, atestiguando que las cosas buenas no se puede tapar con un dedo, que hubo venezolanos que fundaron unos pilares, hace 40 años, que ni la plaga más grande pudo derruir y eclipsar.
Nos encontramos en una síntesis de lo que fue el país y de lo que puede ser, si logramos dejar a un lado nuestras diferencias y ponernos a trabajar sin sesgos ideológicos.
Como la UCV, el Museo es un patrimonio nacional que requiere más que un Gofundme.
Sirva este artículo, y estas palabras, para que incentivemos el rescate del Museo de los Niños, poniendo a un costado las luchas intestinas y los conflictos de interés que sacuden a la política doméstica.
Los Museos son templos vulnerables que requieren de nuestra atención, apartando prejuicios y divergencias puntuales.
Tengo fe que lo volveremos a visitar, si nos ponemos de acuerdo y nos comprometemos por encarrilar un proyecto cultural de país en el que quepamos todos.
Estamos a tiempo.
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Estupendo artículo.