La siguiente es una crónica sobre un modelo venezolano de gestión empresarial. Un ejemplo de gerencia de marca, que merece un estudio cultural y un reconocimiento en positivo.
Hay un contraste enorme entre ir a un concierto en el Poliedro y haber asistido al Cusifest durante el fin de semana.
En el toque de Wisin y Yandel, pasamos dos estresantes y peligrosas horas para estacionar en la calle, después de sufrir el escarnio de las alcabalas y la matraca de los uniformados corruptos, exigiendo mordidas de hasta 30 dólares.
Llegue el sábado sin contratiempos a la entrada de la Simón Bolívar, alrededor de las cuatro y media de la tarde. No me detuvo ningún dispositivo random de la alcaldía, menos un arbitrario piquete de la corrupta GN. Me recibieron adentro los gentiles vigilantes de la seguridad, indicándome donde parquear, sin costo alguno. En mi mente condicionada por los traumas venecos, no me lo podía creer.
Pero era verdad, sí es posible hacer las cosas bien, según el ejemplo del protocolo inglés de Cusicafest.
Atención con el tema del tiempo y el respeto del cliente, independientemente del costo de su boleto. Verán que ello será una constante de mi relato.
Tengo años cubriendo la fuente. En la misma Universidad, bajo control de otra empresa, no recibimos los mismos tratos. Para que ustedes vean que no depende del sitio.
Recuerdo que hace un año tuve que pasar una hora para retirar mis boletos, como corresponsal, en un evento parecido.
De modo que mi cuerpo estaba preparado para aguantar lo mismo o más.
Mi sorpresa es que apenas puse un pie en la entrada de Cúsica y pregunté por mi ticket de prensa, una de sus fundadoras me saludó con una sonrisa amable, me puso mi brazalete y me orientó hacia la zona de ingreso.
En el camino por igual, unas amables chicas respondieron a mis inquietudes, informándome de manera asertiva y empática.
Se nota, por ende, que no son casos aislados, sino el resultado de una cultura gerencial que ha calado hondo sobre los miembros de la compañía, cuyos miembros quieren ofrecerte calidad de servicio, acompañado de una sonrisa, sin abusar de poder o pedir algo a cambio.
Observé que el trato dispensado era igual para todos.
En el trayecto, conmovido, pensé que otra Venezuela es posible, que una generación de emprendedores decide proponer con acciones concretas, para sumergirnos en otra realidad más ética y responsable, más cercana y humana.
De forma que te sientes en otro país que al final es el tuyo.
Por supuesto, antes Venezuela te golpea con el testimonio de una Universidad Simón Bolívar, condenada injustamente al abandono por la rebeldía de sus estudiantes, a quienes el estado destrata en actos públicos y les entrega presupuestos de mierda, que impiden la conservación de la hermosa planta física.
Como consecuencia, la Simón sufre de un ecocidio grosero, que tenemos que seguir exponiendo, para que las autoridades le pongan el hombro, así como ocurrió con la UCV, tras la presión de los periodistas, de los profesores, egresados y estudiantes.
Valga entonces el llamado para que se invierta el dinero correspondiente en el mantenimiento del campus de la Simón.
En tal sentido, el éxito de eventos como Cúsica permite que la universidad genere fondos propios, con el fin de aliviar su incómoda situación financiera.
Considero que el ambiente transporta y nos transforma, logrando que reinara un clima de calidez, hermandad y paz, como de un Woodstock criollo, como del Festival extrañadísimo del autocine del cafetal.
Algunos dicen que les recordó al Caracas pop Festival. Me permito disentir. Mi experiencia fue doblemente terrible. En Oasis me sacaron a golpes sus gorilas de seguridad, echándome por una puerta de atrás del Olímpico, como un perro, bajo el calor de una situación confusa. Fui víctima del país que todos maldecimos.
En el Valle del Pop, recuerdo un pésimo acceso, un peor estacionamiento y salida, una visual lejana y una acústica limitada, para intentar disfrutar de Red Hot.
Así que Cúsica ha refrescado mi memoria, con bonitos recuerdos que atesoro, superando los trastornos del ayer.
Mi Cúsica personal, he de confesar, comenzó antes por efecto del contacto de Max Manzano, que se preocupó porque lo cubriera para Observador Latino.
Con Max me unen diferentes historias. Tuve la suerte de conocerlo en la UMA, de ser el tutor de su tesis exitosa de grado, el documental Detrás de la Puerta, que luego será el primer largometraje sobre los Zapato 3, aunque él bien sabía que no era tan fan.
Desde entonces, he aprendido de Max, que su amistad no está vinculada con que estemos o no de acuerdo con todo, que procede de una generación y una cultura a la que la crítica le sienta bien.
Por decir algo, es decisión y esfuerzo de Max haberme llevado a una mesa para discutir sobre Rock Nacional, bajo la organización del Festival nuevas bandas, desde la visión de los organizadores hasta las lecturas de los disidentes, como es mi caso.
Así que Manzano sabe que hay que promover un periodismo cuestionador en el medio, para que no se estanque. Y así fue como recibí su invitación, que agradezco, para cubrir el Cusicafest, con absoluta libertad.
Nótese la abierta diferencia con Invershow, por ejemplo. Les escribí hasta por Whasap, para cubrir sus conciertos, me respondieron con un “no” elegante, asegurándome que me llamarían para futuras experiencias. Todavía estoy esperando.
Por fortuna, Cusicafest no hace selecciones de medios y discriminaciones de reporteros, a la hora de elaborar su lista de periodistas que cubrirán su evento.
En el palco de prensa, de hecho, conseguí a colegas de todas las ramas y disciplinas, a los expertos y a los más duros del género, plumas estimadas como las de Humberto Sánchez y Víctor Amaya. Por ahí me encontré a los panas de la radio, y de la Mega, al súper locutor de la fuente Lorenzo Martínez, con el que compartí cabina y siempre le agradeceré por ser un mentor positivo en la radio.
Conversé un rato con Catherine Medina sobre el mundo editorial del país, pues trabaja en el Pitazo y en la editorial del querido Sergio Dhabar. En general se respiraba un sano aire de camaradería y compañerismo, como que todos estábamos conectados en la idea de ayudar y sumar.
De tal modo, Max Manzano y Luanda Caleca estuvieron siempre pendientes, por coordinar las fotos y las entrevistas que hacíamos, con puntualidad londinense.
No en balde, cada participación de banda o vocalista, era cronometrada por una pantalla digital, que funcionaba como reloj despertador para todos. Un acierto de producción.
Para tomarle el pulso a la experiencia, desde la posición de cualquier espectador, salí del palco de prensa y me quedé entre la gente, viendo los toques de las dos tarimas.
Al fondo, la tarima B difundía el trabajo de músicos alternativos, de unos chicos que cantaban un trap cerrado que mi cuerpo seguía de inmediato, evocando los ritmos y el feeling de Soto y compañía.
Luego, una chica tomó el micro y desarrolló un performance de pop ligero, que no es lo mío, pero que conecta con una audiencia centeniall que se identifica con las rimas y narrativas de su generación.
De aquel lado, escuché que el storytelling aderezaba las presentaciones, en un gesto que al principio suena seductor, pero que posteriormente se vuelve reiterativo, un truco develado.
Por ello, en la tarima B, de lo que vi, celebro el toque de Ava Casas, el día domingo, con el acompañamiento de Wincho Schaffer.
El comentario general es que tranquilamente pudo estar en la tarima principal.
Ava es un investigador sereno y secreto, que como la selección argentina que se coronó campeona del mundo, prefiere hablar con la guitarra y su voz, antes que lanzarse un discurso innecesario. De paso, cuenta con una base de fanáticos que lo adoran, desde sus tiempos de Americania, coreando sus canciones como himnos de una tribu urbana. Una de las múltiples que aglutinó el Cúsica.
En la tribu de Ava, me sentí como en casa, deleitado por los arreglos y las composiciones, por los visuales cinéticos y las letras melancólicas de Ava, uno de los cantautores del Festival.
En paralelo, sí me distancié, como muchos, de la presentación o conducción previa al toque de Ava, resultándome un poco desconectada del contexto, de pronto cringe en su rutina de gritos y apelación a la audiencia.
Un cliché televisivo que el Festival se encargó de reducir a su mínima expresión, menos mal, sacándolo de la tarima principal, donde nadie extrañó la presencia de alguien que preguntase retórica y populistamente: “¿dónde están los fanáticos de Argentina, dónde están las mujeres, dónde los magallaneros, dónde los caraquistas, cómo la están pasando, y con ustedes…”.
Meras poses de una época superada, extinguida.
La tarima principal ponía música de fondo, entre toque y toque, música apropiada. Sugeriría ampliar o doblar dicha apuesta, formalizando a un Diyei para que haga la chamba de amenizar entre los toques, poniendo su música. Una selección de los buenos hacedores de música electrónica que tenemos en el país.
Capaz ya se pasearon por ahí en Cúsica. Como sea, resultó positivo su ordenamiento del line up.
La zona de comida ofreció diversidad de opciones.
Comimos Holly Chicken, que estaba como los dioses, a un precio estándar de diez dólares por cabeza. Las birras las pagamos en tres dólares cada una. Fue un acierto tener varios tarantines para comprar los tickets de las birras, sin hacer las colas fatigantes que nos espicharon en lo de Wisin y Yandel.
Aquí te despachaban rápido, con energía y alegría.
Por supuesto, hay que tener un presupuesto mínimo, para vivir la experiencia. Pero es un tema, el del alto costo de la vida, que ya no emana de la organización, sino del país.
Los precios de Cusicafest son de los más accesibles que he visto en el mercado reciente de conciertos.
El diseño del espacio, facilitaba los encuentros, las comunicaciones, los intercambios casuales. Los centenialls dominaban los lugares preferenciales, frente a la tarima, por sus buenas condiciones físicas. Una generación X descansaba en las gradas, junto a los millenials y boomers que poblaban los alrededores de la torre de sonido. Al final, con los toques, todos se mezclaban y cruzaban, dando lugar a la magia del reencuentro generacional. Una oportunidad que brinda un Festival.
Cerrando con la tarima principal, daré mi top en función de gustos personales.
Por la contribución de los invitados internacionales, considero que Bomba Stereo fue un cierre soñado, alcanzado una cima en términos de creatividad, visuales y calidad en la orquestación.
Ni hablar de la genuina conexión que logra su cantante en la puesta en escena, que puso a bailar hasta las piedras, después de un intro que los centenialls no entendían mucho y que se les antojaba experimentalmente cringe, desde su comeflorismo. Pero Bomba Stereo se estabilizó pronto, y nos sacudió con su explosiva descarga de hits.
En segundo lugar, Cuarteto de Nos dominó las tablas, las mentes y los corazones, planteando un show de una aguda meditación sobre los riesgos del poder, el totalitarismo, la manipulación, el ego y la inteligencia artificial.
Cuarteto representa la vigencia del rock sureño, con un flaco que es como un Spinetta, poseído por el Charlie de Clicks Modernos. Un resumen de la escuela sureña, de rompan todo, que nos invita a pensar fuera de la caja, con las vibras irónicas de unos Les Luthiers que componen rimas alegóricas, que deconstruyen al sistema con gracia. Impresionante! Los amé!
Por último, en mi orden, valoro mucho a Devandra, y lo que hizo en Cúsica: sumergirnos en su estado mental de chamán, de sobrino de Diego Rísquez y ex de Natalie Portman, que a su corta edad, ha vivido demasiado y transmite una paz mental como de spa, que necesita el público de Venezuela como terapia, demasiado acostumbrado a asociar música con pan y circo, con descarga de los 90, con Sábado Sensacional, con ruido y regetón non stop.
Devandra, si le prestaste suficiente atención, nos hizo suspirar y llorar con su versión de Guillermina, homenajeando a un Tío Simón que ha debido sentirse feliz de ver cómo su música trasciende por los medios más singulares y contemporáneos.
De repente por la edad, por ser de la misma generación, disfruté un montón con la música de Devendra en su nota mística y panteísta de comunión con la montaña.
Una parte del Festival se afianzó, precisamente, en las propuestas de las subculturas y contraculturales, que actualmente se debaten en el planeta, como la defensa de los derechos de las minorías, el orgullo por afirmar la diferencia, la conciencia del género, y la problemática ambiental.
Por último, La Vida Boheme y Rawayana sacaron el pecho por el indie rock de la generación del milenio, visibilizando las circunstancias del exilio y las voces de los insurgentes que enfrentan al régimen, cuando los acéfalos predominan.
La Vida Boheme ensambló un concierto perfecto, en ejecución y pasión, que levantó la olla al compás de sus clásicos y sus temas recientes, empezando por Radio Capital y culminando en sus poemas de protesta, viviendo la resistencia.
Así, con el ánimo arriba, nos despedimos del Cúsica, deseándole un venturoso 2023, y que la próxima edición siga siendo un foro para una Caracas alternativa e indie, que pocas veces tiene oportunidad de verse y reconocerse, de agruparse y reconciliarse.
Sin duda, el Festival del año!
Es el mejor festival del año porque no se hizo otro con sus características y envergadura. Sé que el evento realizado en la hacienda Santa Teresa estuvo plagado de desaciertos, algo incomprensible es un país con personal experto en el área.
Luego, hasta cuándo esa frase trillada hasta el hartazgo de “sí se pueden hacer las cosas bien”. Es un lugar común aburrido y estéril.
¿Cómo se come eso de la Caracas Alternativa e Indie? Mucho del cartel tiene rato siendo mainstrean. El Tuki Ilustrado sí es alternativo, no Rawayana o La Vida Boheme y mucho menos Bomba Stereo.
Sin comentarios aquello de las propuestas de subculturas y contraculturas. Un chiché del tamaño de Petare.
Sin lugar a dudas, que se repita y crezca el festival. Y aparezcan otros en las distintas áreas del quehacer cultural venezolano.