La semana pasada “Analítica” hizo público un conversatorio o foro interesantísimo en el que participaron cuatro distinguidos médicos psiquiatras, Ana María Hurtado, Luis José Uzcátegui, Pedro Delgado y Walter Boza, con la inteligente y discreta moderación de Emilio Figueredo, sobre el tema de la psicopatía y el contagio psicopático
Por razones obvias, casi todos, aun sin mencionarlo, se refirieron a Hugo Chávez, psicópata grave, asesino, torturador, corrupto, equivalente tropical a Hitler, Stalin y Mao y perfectamente equiparable a Fidel Castro, Chapita Trujillo y otros ejemplares notablemente psicópatas de las regiones anfiscias, y a sus seguidores y cómplices. Que Chávez era un psicópata grave y muy dañino lo dijeron en su momento varios psiquiatras venezolanos, como Franzel Delgado y el propio Uzcátegui, y más de uno fue amenazado por el régimen.
Era algo innegable y que no podían ignorar otros psiquiatras seguidores del chavismo, como Edmundo Chirinos y Jorge Rodríguez (psicópatas graves ellos mismos), que se aprovecharon vilmente del hecho en vez de denunciarlo como era su deber. El término “psicópata” nos recuerda alguna película de horror, o al doctor Hannibal Lecter de “El silencio de los inocentes”, o a Charles Manson, el asesino serial jefe de la familia Manson, es decir, un asesino despiadado que no siente ningún remordimiento por el gran daño que causa.
Pero no todos los psicópatas son asesinos terribles. Solo una minoría. La inmensa mayoría son personas que no se diferencian mucho de cualquiera de nosotros, y que se dedica a los negocios o, sobre todo, a la política. Aunque no hay definición oficial, se considera que una persona es psicópata cuando tiene ciertos rasgos, como falta de empatía y remordimientos, narcisismo, comportamiento que puede ser considerado antisocial y hasta sádico, un gran egoísmo y una visión exagerada de su valía, tendencia a ser mentirosos y superficiales, habilidad especial para manipular a otras personas. Y por lo general esas características no suelen ser exageradas y más bien pueden pasar inadvertidas, salvo para quienes tienen mucha cercanía con ellos. Los trastornos mentales se singularizan por una combinación de alteraciones del pensamiento, la percepción del entorno, las emociones, la conducta y las relaciones de una persona con las demás.
Organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyen la depresión, la esquizofrenia, la psicosis y otros trastornos del desarrollo en su lista de trastornos mentales, pero no incluyen la psicopatía como enfermedad, y si siquiera como un trastorno de la personalidad. La psicopatía sería un tipo muy leve de trastorno mental caracterizado por la alteración del carácter o de la conducta social de una persona, pero no una enfermedad porque no supone ninguna alteración de la capacidad intelectual. La psicopatía, pues, no está incluida en este listado de trastornos mentales, si bien muchos expertos la incluyen dentro de la categoría de trastornos de la personalidad. En concreto, la psicopatía se enmarca en el grupo de trastornos antisociales, que son aquellos en que la persona que lo padece muestra una actitud agresiva e impulsiva, sin sentimientos de culpa y con desobediencia sistemática de las normas y obligaciones sociales.
Sus características y consecuencias para la vida en sociedad lo convierten en un trastorno mental cuyo estudio es de gran relevancia tanto en el ámbito clínico como en el de la criminología, pero más en la política. La historia abunda en ejemplos, como el del rey francés que dijo aquello de “el Estado soy yo”. Los psicópatas son capaces de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, pero no les importa cometer infracciones, incumplir las reglas y convenciones sociales y no tienen miedo a los castigos que eso pueda suponer. Muchos de ellos suelen mostrar conductas deshonestas y manipuladoras para obtener beneficio personal o por placer. Son irritables, egocéntricos, agresivos, imprudentes y, sobre todo, mentirosos patológicos. Son capaces de relacionarse con normalidad con su entorno, con encanto superficial, pero incapaces de mantener relaciones afectivas estables. Las causas que derivan en la psicopatía no están claras pero, como ocurre con otros trastornos de la personalidad, se vinculan a factores genéticos y al entorno en que se desarrolla la persona.
Es decir, algunos individuos nacen con predisposición genética a padecer algún tipo de trastorno de personalidad y, según el entorno en que crezcan, la tendencia aumenta o disminuye. Y hasta podría decirse que todo el mundo es psicópata en mayor o menor grado, pero hay quienes lo son en menor y no se interesan en la política y quienes lo son en mayor y se dedican a la política, y entre estos últimos ha gradaciones importantes. El doctor en psicología e investigador renombrado en el terreno de la psicología criminal Robert D. Hare (Calgary, Alberta, Canadá, 1934), ha desarrollado una especie de test o baremo que permite medir el nivel de psicopatía de las personas, puntuando entre cero y 40. Se considera que el que esté por encima de 30 es un psicópata con todas las de la ley.
Por fortuna los verdaderos psicópatas son pocos, a lo sumo una persona de cada 100 en la población general. En las cárceles el porcentaje llega hasta el 15%. Y es muy interesante que varios estudios han encontrado que el porcentaje entre los directivos de las empresas exitosas está entre el 4 y el 6%, es decir, cinco o seis veces más que en la población general, lo que demuestra que algunas de las características de los psicópatas pueden ser útiles para los negocios: los que las tienen pueden tomar decisiones difíciles sin verse afectados emocionalmente, asumen más riesgos, son mejores manipulando y convenciendo, y tienen algo llamado resistencia al caos es decir, mantienen la cabeza fría y disfrutan en las situaciones más estresantes y caóticas, porque en realidad las consecuencias les dan igual. Y aunque sería muy complicado hacerles un test a los políticos, existen claras referencias en el tema: el psicólogo británico Kevin Dutton autor del libro “The Wisdom of Psychopaths: What Saints, Spies, and Serial Killers Can Teach Us About Success” (“La sabiduría de los psicópatas: lo que los santos, espías y asesinos en serie pueden enseñarnos acerca del éxito”, 2013), inventó una escala que llamó “inventario de personalidad psicopática” y la aplicó a varias figuras históricas no necesariamente negativas y llegó a los siguientes resultados: Mahatma Gandhi 119, Margaret Thatcher 136, Nerón 151, Jesucristo 157, Donald Trump 171.
También hay estudios que ubican en algo así como una escala de psicopatía y criminalidad a figuras siniestras como Hitler, Stalin, Mao, Fidel Castro, Chapita Trujillo, Hugo Chávez, etcétera, que dañaron a millones de personas. Y uno de los aspectos más interesantes de los que se tocaron en el conversatorio o foro de “Analítica” fue el hecho de que la psicopatía es contagiosa, especialmente en el terreno de lo político: los líderes psicopáticos suelen contagiar su condición a muchos de sus colaboradores, que se convierten en corruptos, torturadores, asesinos, etcétera, sin padecer el más mínimo sentido de pudor o, peor aún, de arrepentimiento. Es algo que está a la vista en la actualidad venezolana.
Uno se queda con la boca abierta al ver la facilidad con la que los chavistas mienten, roban, torturan y asesinan si la más mínima muestra de pudor o de arrepentimiento. Simplemente siguen el ejemplo de Chávez, de Maduro, de Diosdado, de Jorge Rodríguez, cuya psicopatía existe en grado máximo, y ese es uno de los verdaderos problemas graves que padece la Venezuela de hoy. El doctor Rafael Vegas, psiquiatra y hombre particularmente lúcido, sostenía que a la mayoría de los políticos habría que aplicarles sistemas de cura de problemas psicológicos, especialmente para la psicopatía. Y los hechos demuestran que estaba en lo cierto.