martes, marzo 28, 2023
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    El cangrejo del cine venezolano en el 2023: un paso para adelante y uno para atrás

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    Palabras a propósito del aniversario del cine venezolano, un 28 de enero.

    Hace una década, una película venezolana podía tranquilamente vender 150 mil boletos. Ahora, sumando todos los estrenos, el cine venezolano llega con dificultad a los ciento cincuenta mil espectadores por año, según la cifra del 2022.

    Diez años atrás, la mayoría de las cintas de impacto, se producían enteramente en el país. Hoy, la cinta más taquillera del patio criollo, “Exorcismo de Dios”, proviene de México y fue generada por creadores de la diáspora. Por igual, las dos películas favoritas de la crítica, “Jezabel” y “Miki Maníaco”, fueron realizadas por directores y talentos que trabajan activamente fuera de Venezuela.

    ¿El cine venezolano se ha desnacionalizado?

    Sin duda, el exilio es la gran noticia del cine venezolano en tiempos recientes, si consideramos la trascendencia de “Resistencia” en Netflix, la participación de Lorenzo Vigas en Venecia, la sorpresa del terror sureño de “Escisión” y las victorias de “Yo y Las Bestias” y “Crudo” en el Festival de cine venezolano(ambos largometrajes de cineastas radicados en México y Chile, respectivamente).

    Incluso, podemos contar la polémica designación de “La Caja”, hecha en México, como la representante venezolana del Oscar.

    Por ende, la celebración del día del cine venezolano, un 28 de enero, debe verse y leerse con sentimientos encontrados, pues ciertamente ha tenido que buscar un desarrollo en el extranjero, que aporta sustancia y evolución por un lado, pero que por el otro, despierta debates en torno a su identidad y productividad, tal como lo ha manifestado Hernán Jabes en sus lives de Instagram con diferentes invitados.

    Considero que el cine venezolano ha sido víctima de los años de plomo del madurismo, y que ello ha provocado un cisma negativo en primera instancia, que actualmente se corrige desde CNAC, aunque tuvo efectos graves y erosivos sobre la marca del cine venezolano, que no nacional(porque lo nacional fue instrumentado propagandísticamente con fines nacionalistas que se agotaron por parte del estado fallido).

    Por el tema de la censura del “Inca” y “Infección”, durante la lamentable gestión de Roque Valero, muchos cineastas venezolanos perdieron el empleo, encajaron un golpe, y decidieron partir de Caracas.

    También afectaron los hechos de la salida(2014) y las protestas del 2017, en el sentido de estimular un desangre interno, de salida por la frontera y de “transición laboral”, que estímulo la deserción y el abandono del oficio, así como la obligación de buscar el sueño, con un carácter incierto, en el campo internacional.

    Los últimos diez años fueron una máquina de triturar talentos, vidas, y una generación que por nada la perdimos.

    Por fortuna, se resistió, se fue resiliente, y podemos ver los frutos reverdecer, de gente que marcó la milla o que se quedó, que brinda buenas noticias, como las inclusiones de Patricia Ortega y Anabel Rodríguez en Sundance, como las contribuciones de Jorge Thyelen y Rodrigo Michelangeli para “La Fortaleza” en Roterdam.

    Otros críticos y amigos murieron en el camino, a consecuencia del Covid 19, sin que el orden institucional los reconociera o brindara el menor apoyo. Por el contrario, el cineasta venezolano aprendió a tener que jugar en contra de un árbitro y una burocracia, que lo fiscalizaba y le prohibía su derecho a cedularse. Es una historia reciente, que los amnésicos funcionarios no cuentan en sus notas zalameras dedicadas al día del cine venezolano.

    Para ellos solo es un logro el número de los 27 estrenos del año pasado. El asunto es que, como dicen Edgar Rocca y Robert Gómez en su próximo documental “Cine Invisible”, de qué sirve el esfuerzo si no te conocen.

    27 estrenos con 150 mil espectadores, empujados por la legión extranjera, es un número desalentador y preocupante. Lo pongo en contexto. En Argentina, solo un filme como “Argentina 1985”, superó el millón de espectadores.

    De más está decir, que de las películas venezolanas más vistas, cuatro pertenecen al mismo director Jackson Gutiérrez, con todo lo problemático que resulta su cine, por redundante, estancado en su apología del malandreo y generalmente demagógico en sus formas de explotación. Se le reconoce, sin duda, el mérito de ser rentable en las actuales circunstancias, pero a qué precio. Creo que este uno de tantos asuntos, que requieren una interpretación más cuestionadora que laudatoria.

    Porque se termina exaltando un éxito que no es tal, si lo vemos en el contexto de un milenio menguado, con unos espectadores que le han soltado la mano al cine venezolano.

    La pregunta es por qué. Allí siguen los fanáticos apoyando a los eventos y los tanques de Marvel.

    Seguramente influyeron las condiciones de la pandemia, el streaming, y la reducción de las posibilidades de consumo, que hacen que la audiencia restringa sus opciones de ver películas en el año, prefiriendo el entretenimiento seguro de un blockbuster, a la monedad en el aire que supone darle una oportunidad al cine venezolano, que unas son de cal y en otras son de arena.

    De paso, el sistema de publicidad cambió, los espectadores cambiaron en sus gustos, y la mayoría de las películas nacionales se sienten anticuadas o superadas por los nuevos criterios de alta definición, cuando no sencillamente precarias y subestandar en su calidad.

    De modo que el formato guerrilla ha llegado a un techo, ya no interesa como antes, mientras que una buena producción como “Exorcismo” y “Jezabel” llaman la atención y enganchan con el nuevo público, debido a sus estándares de calidad.

    Por su parte, el cine más de autor tiene en el documental un bastión, con títulos magníficos de la talla de “Cap Inédito”, “Free Color”, “La Danubio”, “El Camino del Guerrero” y “Crudo”. El tema es que no se tratan con el cuidado que necesitan en taquilla, y penalizan mucho en su performance en salas, aparte de sufrir el típico manejo condescendiente y esquivo del medio.

    De igual manera, la ficción festivalera luce agotada en su estética del minimalismo y el quietismo, que se asumió pragmáticamente para gustar a los curadores de los certámenes europeos, siempre a la caza de “venezolanos tristes” en naturalezas y tiempos muertos. Se construyen dramas más para aquellos Festivales neocololoniales, que para las condiciones del público autóctono. Resultado: más filmes que pasan sin pena ni gloria.

    Hay que redoblar el esfuerzo para que los largometrajes y los cortometrajes se vean, no solo en los Festivales.

    Se agradece el notable empeño de Trasnocho, Circuito Gran Cine, Cinex y Cines Unidos por visibilizar nuestros trabajos.

    Sin embargo, el theatrical no es la alternativa para los cineastas y los espectadores que reclaman un cine venezolano, como un nicho, que se pueda disfrutar en servicios de streaming.

    Hay que encontrar un modelo de negocios que funcione. Invertir dinero en campañas y promociones por redes, que vuelvan a instalar la idea de que ir a ver una película venezolana, es algo nutritivo, positivo, “cool” y productivo.

    Al menos, ya es un avance, que se hayan comprometido a no censurar más y estrenarlo todo.

    Reitero que la censura le cortó el ritmo al cine venezolano, y que la autocensura de unas películas demasiado amnésicas y fuera de contexto, provocó que una generación de espectadores viera al cine venezolano como algo distanciado, tibio, desconectado y cringe.

    Ya vemos que se empezaron a hacer los correctivos correspondientes en el 2022. Por eso el país que padecemos, regresó a la pantalla y nos conmovió, como en los ochenta, poniéndonos a pensar en nuestros cangrejos y en nuestras crisis(“Destello Interior” y “One Way”), en nuestros crímenes y poderes corruptos, en nuestras esperanzas(“Especial”).

    Un futuro reside en la mujer(grupo “Jeva”), en el cine elaborado por mujeres(Carla Forte, por ejemplo). Otro lo vemos en la exploración con los géneros. Caso de la comedia, el pánico, el suspenso y el realismo. Conviene revisarlos y refrescarlos con temas y enfoques más contemporáneos al gusto de los centenialls. No suma un calco criollo, o una sustitución de importaciones, de lo que funciona como modelo internacional, carente de personalidad. Hay que buscar un punto medio. Una fórmula difícil de alcanzar.

    Sugerí que se estrenará una película venezolana por mes, como mucho, con un mercadeo inteligente, proactivo y emocionante. Se nos está haciendo caso, vista la programación del 2023. Máximo anuncian dos títulos por mes, separados por semanas.
    No como en el año pasado que no resultó la estrategia de montarnos unos con otros, canibalizándonos como bien afirmó Joe Torres.

    Sigamos conversando y discutiendo. Es lo más sano. Pero apuntando a que el cine venezolano se vea con empatía y entusiasmo. Con el entusiasmo de hace una década, al menos.

    Por un cine menos televisivo, radiofónico y podcaster. Por un cine más creativo en su diversidad e identidad visual.

    El cangrejo del cine venezolano en el 2023: un paso para adelante y uno para atrás 4
    Sergio Monsalve
    Director Editorial Observador Latino. Comunicador social. Presidente del Círculo de Críticos de CCS. Columnista en El Nacional y Perro Blanco. Documentalista, docente, productor y guionista.

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