El panorama político se ha ido caldeando y ensombreciendo en Venezuela, aún más si cabe, con la publicación de La Misión internacional independiente de Verificación y Determinación de Hechos sobre la República Bolivariana designada por la ONU, donde se denuncian las violaciones de derechos humanos orquestadas por el régimen a través del brazo armado de Sebin y DGCIM.
Políticos como María Corina Machado han alzado su voz como corresponde, llamando al problema por su nombre, sin eufemismos, a fin de desalentar a quienes piensan que el país se resuelve con elecciones y sentaderas inútiles.
No en balde, la dictadura ha decidido huir para adelante, al utilizar a Sebin para intimidar y reprimir a organizaciones de derechos humanos en Venezuela, tal como lo afirma Provea: “Denunciamos que funcionarios del SEBIN intentaron ingresar a la sede de PROVEA para intimidar a familiares de trabajadores que realizaban rueda de prensa por sus casos. Les pedimos orden judicial para ingresar, no la tenían. Se mantuvieron en alrededores por más de 30 min”.
La campañita de “Venezuela se arregló” se ha vuelto añicos desde la última devaluación que rompió la burbuja de una falsa estabilidad económica, después del quiebre de la pantalla de los bodegones.
Igual siguen promocionando conciertos por toneladas, inaugurando 60 restaurantes por mes, como fachada y lavado de dinero negro, aunque el mercado no tenga la capacidad de soportar semejante sobreoferta disparatada en dólares.
Vaya un comentario al hilo del discurso, porque hoy queremos editorializar la realidad actual, para su mejor entendimiento.
Negocios y franquicias de comida que fueron rentables, hasta hace nada, hoy amanecen con deudas y amenazas de cierre por quiebra.
No diré los nombres para no afectar más su delicada situación, pues tampoco ayuda demoler las fuentes de trabajo que se conservan con saliva de gato.
Si les digo que múltiples emprendedores orgánicos, empresarios modestos y empleados humildes, observan un panorama sombrío en su futuro, producto de la escalada de la inflación, del insoportable alto costo de la vida, del regreso de la inseguridad, de la competencia desleal de los capitales sancionados.
Así he recibido noticias de varias compañías del ramo, que están al borde del paro técnico y la bancarrota, debido a que no puede invertir y retener a sus clientes, quienes se dejan deslumbrar y manipular por el dólar de la novedad artificial de cuanto comedero fancy surge de la noche a la mañana, de manera opaca, sin credenciales de ningún tipo e irrumpiendo como elefante en cristalería.
Es la arrogancia, la prepotencia del nuevo rico que tiene poder financiero, por la corrupción, para destruir a su entorno, mediante prácticas agresivas como la gentrificación, el dumping y una publicidad desproporcionada, inflada por influencers pagados, ante la cual, los peces pequeños carecen de respuesta.
Por tanto, visitando cualquier ciudad, se nota la desproporción entre las superficies de diseño que cobran menús internacionales a precios de escándalo, y locales que otrora se llenaban por su deliciosa carta gastronómica, que se van vaciando y quedando a la deriva, como barcos que encallan en un orilla, en un cementerio de Food Trucks y recientes éxitos de taquilla en el ramo del delivery, que naufragan después de tanto remar contra la corriente del Covid.
La bipolaridad normaliza una aberración, que es desfilar por calles de la zona rosa de Palos Grandes y Las Mercedes, donde unos bajan la Santamaría y otros levantan sus espejismos de una Dubái inviable de mal gusto, a largo plazo, dado su aislamiento y bloqueo, en vista de su colapso sistémico por dentro.
La escisión es la divisa, una personalidad rota que es la del ciudadano ideal que fomenta la tiranía, para dividir y conquistar, desde la mente al cuerpo dominado, resignado.
De ahí que se proteste con timidez, en muchos casos, porque se sabe del peligro que se corre, a manos de los esbirros de Sebin y Digecim.
Venezuela es, por extensión, un campo de concentración, un experimento distópico, que va del trauma de la tortura a la esquizofrenia de celebrar los años de carrera artística del diablo de la salsa, con un toque auténticamente memorable, según los expertos.
Sin embargo, la música suena al camuflaje que utilizan los verdugos cuando matan y someten a vejámenes a sus víctimas.
Luego unos y otros se verán las caras, hipócritamente, en algún lugar de moda del este de Caracas. De pronto una casa que reformaron y que convirtieron en el sitio chic que no te puedes perder, si deseas retratarte en Instagram con pose de victoria.
Una Victoria tan fake como la de la película “No te preocupes, cariño”, que parece un documental filmado en la Venezuela de Wanda Vision, con actores de Hollywood, que aquí no tenemos.
Mientras unos viven de comerse sus propias mentiras, pagando cuentas de 1000 dólares por mesa, unos permanecen encerrados en tumbas, a la espera de canjes humanitarios, como aquellos trueques extorsivos de secuestradores, guerrillas, mafias y organizaciones terroristas.
Se piensa que Venezuela es esto y aquello.
Pero semeja más a un Titanic que no se termina de hundir, en el que los de arriba comen bien y escuchan violines, al tiempo que los de abajo se lanzan al mar, se tiran al tapón del Darién a buscar una muerte, una salida suicida, una moneda al aire, una apuesta con todas las de perder.
La excepción a la regla, es la del exiliado que llega a Nueva York, y puede narrar su aventura desde Tik Tok, recibiendo los aplausos de las redes sociales.
La verdad cruel es la del niño que ayer se ahogó en el bosque del luto de Venezuela, la solución final que el poder indujo para reducir a la población, sometiéndola a un Holocausto, a un genocidio, a una matanza étnica.
Así conmigo tampoco cuenten para payasadas electorales.