La sumatoria de todas nuestras frustraciones ha dado con un nuevo tipo de venezolano odioso, carente de la menor empatía hacia los demás, cuya expresión es la de dos chicas que hablan mal de los españoles por Tik Tok, diciendo que no se bañan, que huelen mal.
A ellas, el estimado Boris Izaguirre les ha brindado una respuesta elegante, en televisión, al ironizar sobre la contradicción que significa ser “pija” en un país del tercer mundo.
A los venezolanos odiositos, no les huelen los pies. OK. Sí va.
El problema es que no se trata de un caso aislado.
A diario vemos normalizarse la costumbre de mostrarse displicente y reactivo, ante cualquier cosa, desde una posición de criticismo tóxico, sin mayor fundamento, preparación y causa, como que se ha hecho cool odiar porque sí, o porque no soporto aquello y lo otro, lo cual se ha instalado en diversos estratos sociales y generacionales, sobre todo cuando algo no gusta, no se entiende o es divergente.
De modo que unos centellenials y millenials, han crecido con poca y escasa tolerancia a la adversidad, producto de una mala formación y educación desde la casa hasta la escuela.
Sufren el síndrome del dictador y el emperador infantil, consentido por la familia y el ecosistema digital.
Son los típicos odiositos privilegiados de las redes sociales, que moldean actitudes con sus poses de insensibilidad y displicencia, que crecen como hongos en los video blogs de Tik Tok.
El algoritmo los premia, teniendo una base de fanáticos que juran que su percepción es la correcta, su complejo de grandeza, su dejo de prepotencia.
Ahí tenemos los casos de tanto humorista del patio criollo, con podcast propio, que se dedica al ejercicio de la denostación y la descalificación perpetua de políticos y adversarios, con un lenguaje de albañal. Un análisis deshumanizado, personalizado y polarizante que no tengan dudas que instaló el resentimiento mediático del chavismo, a través de plataformas de inquisición como “La Hojilla”, “Zurda Konducta” y “Con el Mazo Dando”.
Una pena que le haya salido una réplica de oposición, que es igual de maniquea y violenta en sus reportes, que es de una dramática emotividad de posverdad a la hora de tomarle el pulso a la actualidad nacional.
De nuestro lado, hemos visto surgir un ejército de podcasters que disparan primero y averiguan después, utilizando como arma sus cuentas de millones de seguidores.
Si los citas directamente, corres el riesgo de recibir odio y el linchamiento de sus ejércitos de barras bravas.
El nuevo odio venezolano, que inunda Youtube y Tik Tok, tiene tres características falaces: no cuenta con las millas para buscarse peleas con quien pretende derribar, genera contenidos sesgados y divisionistas, su enfoque es tan limitado como sus acusaciones en plan de sentencia ad hominem.
Es decir, que responden a un cuadro parcializado y agrietado, como consecuencia de una autoestima casi siempre lesionada, queriendo compensar inseguridades e inferioridades, con señalamientos vacuos que terminan en un círculo vicioso. Un ovillo discursivo del que no hay salida.
Para ser disruptivo de verdad, si es el caso, hay que ponerse a trabajar, a crear obra, a investigar mejor.
Ser nada más el disruptivo de todo, el negador de todo, no sirve solo bajo el amparo de un escudo protector de un podcast en el exilio, de una cuenta de Twitter en la comodidad de la casa.
En los años sesenta, una generación de venezolanos se cansó de la cultura de sus padres y la superó creativamente con la vanguardia del Techo de la Ballena, con el cuerpo de obra de Soto, Otero, Cruz Diez y Borges.
Para ponerse a debatir con Rayma, cara a cara, no es suficiente con esperar a que publique una caricatura, para lincharla en Twitter, afirmando que se equivoca, que está pasada de moda. Una vez de repente, siempre es un cliché.
La mayoría de los haters de Rayma no están a su altura. Lo siento mucho, chicos y chicas. Tienen que trabajar más, tienen que organizarse mejor, tienen que dejar de ser tan flojos creativamente hablando.
Con puro trolleo y bully, no se llega a ningún sitio.
Mi generación se cansó y actuó en el cine, para brindar batalla en el ámbito creativo. Lo hicimos en el espacio de la producción, de los números de taquilla, de la participación y victoria en Festivales, de la generación crítica. Pero nada de eso lo hicimos, posteando todo el día nuestro enojo por redes.
Fue un movimiento independiente, rizomático, espontáneo, consistente, disidente, que provocó un cisma y trajo el segundo boom en nuestra historia del séptimo arte. Esto también pasó en la danza contemporánea, en las galerías y las nuevas bandas.
Por eso, los artistas contemporáneos de Venezuela, los curadores, son unos monstruos, unos duros.
Desde el 2005, cambiamos la historia del cine del país. Le guste o no a la generación del pasado. Revisen, ahí están los archivos: Secuestro Express, La Hora Cero, Hermano, Azul y no Tan Rosa, Pelo Malo, Papita, La Casa del Fin de los Tiempos, Desde allá, Piedra Papel o Tijera, La Distancia más larga, Selfiementary, Destello Interior, Azotes de Barrio, Está todo bien, Érase una Vez, La Fortaleza, La Familia, Crudo, y un largo etcétera.
Plástica y musicalmente también tuvimos recambio, propuesta, no solo un odio ciego y estéril.
Espero que la generación de relevo, que hoy abraza la moda del odio sin causa, tome toda su energía para transformar la cultura del país.
Están a tiempo. Es su momento.
Por último, advertir que es un paquete que cuentas anónimas de Twitter, se dediquen a sacar dichos videos de hate, fuera de contexto, para ponernos a pelear, cuando hay temas más urgentes que atender. Luego se desata la cascada de indignación.
Como sea, por aquí le damos respuesta. Y no, no es nuestra única prioridad. Sólo que nos interesa fijar posición al respecto, entre muchos otros asuntos que merecen una opinión argumentada.