A nadie se le consultó y se impuso de forma autoritaria. Hablo del nuevo escudo de Caracas, presentado recientemente en sociedad, sin mayor éxito.
Semeja el fallido rediseño del Perro y la Rana, así como del cambio de logos de los Museos Nacionales, para unifica su identidad bajo una imagen básica de control político.



En tal sentido, responde a una visión maniquea y marxista de la historia, según la cual el pasado es malo y debe ser corregido por un presente, manipuladamente redentor. Por ende, coincide con lo peor de la cultura de la cancelación, que es más censura y borrado de la memoria.
Como siempre, es un pote de humo para desviar la atención, haciendo pensar que los problemas actuales se arreglan con lavados de imagen, funcionales a los intereses demagógicos del partido único.
El escudo vigente era poderoso en su estética de identificar a la ciudad y su fundación con la estampa de un león, que simboliza autoridad y el reinado de un orden posible sobre el caos de la selva. Una metáfora con varias lecturas.
En cambio, el nuevo escudo es un cromo de un libro de texto para una escuelita bolivariana, cuyo arte apenas admite una sola y elemental interpretación: tres rostros del tabernáculo que explota la propaganda del régimen. Es de una banalidad semiótica evidente.



Más al fondo, comparte la serialidad cognitiva que promueve el estado, al mostrar tres caras que miran a la izquierda de perfil, como representación de la pérdida de identidad en la glorificación del colectivismo.



Dichas técnicas se enlazan con los manuales de inteligencia del patriotismo que difunden los sistemas comunistas, para domesticar a las masas.
Para cuestionar con propiedad el escudo de marras, recomiendo la revisión del libro “Del buen salvaje, al buen revolucionario”. Ahí Carlos Rangel expone cómo el socialismo se vale de la cultura y de la reescritura del ayer, para colonizar las mentes de los ignorantes de hoy.
Como todo lo que se decreta a la fuerza, el nuevo escudo de CCS está condenado a ser impopular, polarizante e intrascendente. Carece de futuro por su negación de un pretérito que nos unifica y nos brinda arraigo. Un país sin memoria, es lo que busca, para manipular. Resistiremos.
Imagínense lo que cuesta cambiar el logo. Hay un negocio que precisamente se escuda en el “rebrading”, en la nueva gestión de la marca.
Se ha quitado un hito, para colocarle encima una caricatura. Síntoma de los tiempos paródicos y cringe de la dictadura.
Otro guiso innecesario.