Es un hecho que los fanáticos de Marvel tienen poca paciencia con el multiverso de Spider Man, que extiende Sony para conservar sus derechos de explotación sobre las redes del hombre araña. De modo que se enojan e indignan con cualquier cosa que salga del canon previsible de su súper héroe arácnido favorito, al cual le perdonan todo y aceptan sus deslices creativos, como forjar una franquicia que es puro servicio.
En tal sentido, la armada ha montado una nueva inquisición digital contra “Morbius”, apelando a argumentos de perfección y pureza que no emplean cuando las papas de sus personajes amados, pues queman y pasan aceite.
Como todo este mundito geek, me da absolutamente igual y no me interesa, he visto “Morbius” como un filme que intenta sanamente recuperar un género maldito y cuasi extinto como el de los vampiros, modernizando la herencia de Nosferatu, Drácula y Entrevista con el Vampiro, con el gusto por las superficies glam y los contrabandos queer de los años ochenta, en modo de “The Hunger” con un David Bowie que buscaba a sus víctimas en las discotecas.
La gente como que no le tiene paciencia a los giros de otros géneros, como el de vampiros, y entonces uno ya no sabe qué es lo que desean que cuente y cómo, una película como “Morbius”, súper apegada al espíritu de los cómics con ligeras transgresiones.
Tampoco se entiende mucho el hate contra Leto, que es un actor tremendo del método, y que aquí hace los deberes como un Doctor invalido y afectado por la diálisis.
Menos se han detenido en analizar las repercusiones subtextuales del guion con el mundo actual de las epidemias provocadas por experimentos, y las luchas intestinas de dos titanes del privilegio, por chuparle la sangre a los eslabones débiles de la cadena, en aras de perpetuar su poder e inmortalidad.
Así que reivindico a “Morbius” como un filme discreto y seguramente imperfecto, que cumple con dinamitar ideas y refrendar a un género que siempre fue así de placer culposo o de transmisor de contenidos subversivos que exponen a la sociedad de consumo.
Otros dos titanes con complejo de grandeza, se debaten a muerte, como Cain y Abel en el apocalipsis de la Gran Manzana. Uno goza con seducir y ser Casanova inmortal como Drácula. El otro sufre por encontrar una cura colectiva, aislándose en el deleite narciso de la hinchazón de su cuerpo.
La película nada menos que nos habla de nosotros, jugando a ser dioses con tratamientos y sacrilegios científicos, para vernos lozanos y jóvenes por siempre.
Así que Daniel Espinoza, el director, ha logrado ventilar un punto válido, a mi entender. Me recuerda a los trabajos incomprendidos de John Carpenter, demasiado crepuscular y hawksiano, como para que el consenso de la crítica aceptara la minoridad de sus apuestas.
Me conformo con una notable secuencia de baile, y con el homenaje trágico a “Dallas Buyers Club”, de un Jared Letto que sufre de “body horror”, evaporado por una nube de murciélagos en lugar mariposas.
Contiene dos secuencias postcréditos y una la rompe, introduciéndonos al monstruo del “Buitre”. Recuperación de un Michael Keaton que goza en autodesmitificarse delante de las cámaras, como una secuela mutante de “Birdman”.
Vayan a verla y no crean en las campañas que la matan por una sola calle, en los criterios esnobs de Youtubers que se tapan la nariz en sus reseñas, como si se tratase de evaluar una película, nivel Cannes.
El marvelismo ha llegado lejos, y se ha creído el cuento de su superioridad intelectual.
Es tan solo una de vampiros, muchachos!